Jesús Asensi Vendrell. Ante un hecho desagradable o terrible reaccionamos alarmados con indignación, pidiendo mano dura para los responsables directos de la tragedia y exigiendo al Gobierno que endurezca por ley las penas y sanciones.
Sí, y parece que ahí nos quedamos, sin mirar más allá, sin preguntarnos por qué cientos de miles de jóvenes solo saben divertirse con el alcohol y las drogas, a altas horas de la madrugada, todos los fines de semana. Y pensamos que la solución está en sancionar con más dureza a aquellos empresarios que permiten superar el aforo de sus discotecas, bloquean algunas salidas de emergencia o no avisan con antelación a la policía y a los hospitales cercanos.
Y parece que de ahí no pasamos, y exigimos el cambio de la edad penal cuando nos enteramos que unos chavales de catorce años han asesinado a un compañero sin mostrar arrepentimiento alguno. Pensamos que la solución está ahí, en condenar con años de prisión, y no de reformatorio, a esos mozos que no son niños ni jóvenes.
Y nos quedamos ahí porque sospechamos que, quizás en el fondo y también en la superficie, la culpa la tenemos todos nosotros, adormecidos por el relativismo, el nihilismo, el escepticismo, el consumismo… e incluso el ateísmo. Ahora es un buen momento para hacer examen de conciencia y pensar cuál es el motor que mueve nuestra vida, qué importancia le damos a la educación, por qué tememos tanto a la verdad hasta el extremo de negar su existencia, por qué pensamos antes en nosotros mismos que en los demás, por qué nos dejan indiferentes las pequeñas injusticias que cada día contemplamos a nuestro alrededor… Y la respuesta: Pues porque no somos conscientes que el pecado original no es un cuento chino, porque hemos olvidado que somos cuerpo y alma, abandonando del todo la vida interior, la piedad que nos acerca a Dios y nos hace mejores. Y la solución: Que cada uno de nosotros obre en consecuencia y, después, exija los cambios de ley y las sanciones pertinentes. Ahí queda eso.