Jesús Asensi Vendrell. Llegó el día de las elecciones y ahí siguieron acampados, deseosos de una democracia a su medida que hiciera realidad todos los deseos enumerados a bombo y platillo, y también esos otros, los ocultos que ya no lo son tanto.
            Nuestros amigos del campamento inconformista olvidan que la democracia es una forma imperfecta de gobierno. Podríamos decir que es la menos mala para el tipo de sociedad que impera en la actualidad. Parecen ignorar también que sí, que en su casa y en la clase del instituto son ellos los que mandan, los que llevan la voz cantante para que los demás bailen a su son, pero que la vida real es bien distinta, que el que algo quiere algo le cuesta, que no pueden exigir que la sociedad entera se pliegue a sus caprichos, a sus antojos, a unas ocurrencias fruto de la acedia y del exceso de tiempo de ocio o de no hacer nada.
            La mayoría de los ciudadanos españoles han hecho caso omiso a estos nuevos hijos de papá y han acudido a las urnas para iniciar el cambio del cambio. Porque, encima eso, las ocurrencias de los acampados son “más de lo mismo, pero peor”. O sea, más aborto, más laicismo, más coacciones, más represión, más mediocridad, más injusticia…
            Pasó el 22-M y el Partido Popular debe estar preparado para mandar, quizás antes de lo esperado, y prohibir todas las prohibiciones ejecutadas por los socialistas. Llegó la hora de dar la cara, aunque se la partan unos cuantos excursionistas amigos de la ceja y de acampar donde les viene en gana.