Jesús Asensi Vendrell. El panorama actual no es del todo esperanzador y menos aún cuando uno es sabedor de las actitudes sectarias de determinadas administraciones públicas autonómicas, que rompen unilateralmente un contrato comercial porque no son atendidos en su propia lengua autóctona o multan a aquellos negocios que no ponen sus rótulos identificativos en la lengua que se les impone.
No viene mal recordar la reflexión que realizaba la profesora Inger Enkvist en uno de sus libros. Empieza diciendo que en el mundo se hablan unas 6.000 lenguas y que, si hay unos 200 países, lo lógico es que en muchos de ellos se hable más de una. Y añade una cosa muy importante: “Las lenguas son creaciones humanas y unas cuantas de estas lenguas se han desarrollado mucho más que otras (…) Nadie tiene la obligación de seguir viviendo dentro de una lengua para mantenerla viva; se puede hacer por tradición, por gusto o por adherirse a una ideología de mantenimiento de lenguas, pero se trata de una elección personal como leer libros de aventuras, pintar al óleo o hacer gimnasia”.
La profesora Enkvist quiere tranquilizar con sus palabras a aquellas personas que sufren lo indecible y temen la desaparición definitiva de su lengua materna: “Las lenguas pueden desaparecer si nadie las habla, pero también se construyen nuevas lenguas, por ejemplo juntando elementos de diferentes dialectos (…) El estatus de una lengua en una determinada región geográfica no está dado de una vez para siempre”.
También da en el clavo cuando afirma que “algunos activistas hablan de las lenguas como si fueran especies biológicas que necesitaran de protección, como si se tratara de un ecosistema o como si fueran personas”. Según ella, estos activistas se dejan llevar por el “antropomorfismo lingüístico”.
El panorama actual parece ser desesperanzador, pero lo será menos si no olvidamos que las lenguas han de ser “áreas de convivencia” y han de estar siempre al servicio de sus creadores, de las personas, para que pueda existir una comunicación constructiva. Por eso, jamás será más importante el estatus de una lengua que la dignidad de una persona cualquiera. Por eso, si una lengua es causa de conflicto social no está cumpliendo con su cometido y más nos valiera, si no somos capaces de llegar a un acuerdo, dejarla perder y seguir mirando hacia delante. Ahí queda eso.