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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

La otra crisis: Derechos sin deberes

Jesús Asensi Vendrell.  Cada día iba allí de visita casi obligatoria, feliz de encontrar siempre las puertas abiertas, flores frescas por doquier, una luminosidad que iba a más en determinados momentos del día, música ambiental, el mármol brillante, el olor a incienso los domingos y, lo más importante de todo, el poder estar a todas horas con el Amor de los amores.

A los veinte días de nacer recibió “las aguas” en su pila bautismal, a los nueve años tomó la Primera Comunión y años después la Confirmación. Allí despidió a sus seres queridos y participó en la unión matrimonial de tíos, primos y hermanos. Toda su vida había transcurrido junto a su querida Parroquia.
 
Pero un buen día algo cambió. Al llegar allí se encontró con las puertas cerradas. Tras una buena espera pudo entrar a regañadientes y comprobar que las flores estaban resecas, que la luz era sólo una penumbra y la música, silencio sepulcral, que el brillo del mármol había desaparecido bajo una capa de polvo blanquecino, aunque, ¡menos mal!, lo más importante de todo permanecía allí, esperándole desde hacía dos mil años.
           
Ese día regresó a casa con la murmuración en los labios y el resquemor en el corazón. No comprendía qué estaba pasando. Entonces, como una inspiración llegada del cielo, se acordó de lo que le costaba llenar el depósito del coche cada semana, la cena de los sábados y la entrada del cine con palomitas incluidas. Y también le vino a la cabeza el chalet en la montaña que compró el pasado año y ese viaje maravilloso a Madagascar que seguro volvería a realizar en años venideros.
 
Y entonces se acordó de las monedas de uno y de dos céntimos que tanta tabarra le daban en el bolsillo del pantalón. Siempre iban a parar al mismo sitio: La bandeja que pasaba un fiel anciano en cada una de las misas. A veces, incluso, simulaba y hacía como si echara alguna, aunque de su mano sólo salía aire y nada más.
 
Volvió al día siguiente y en el silencio de la iglesia medio en penumbra, mientras esperaba que diera comienzo la santa misa, miró a su alrededor y comprendió los cambios acaecidos. Si la mayoría actuaba como él, era normal que faltara el dinero para pagar los gastos mínimos de mantenimiento que todo templo necesita y mucho menos para poner un sistema de alarma que evitara los hurtos. Comprendió que no podía exigir unos derechos, unas “comodidades”, si él no ponía nada de su parte, si no destinaba una pequeña parte de su presupuesto a mantener digna aquella que era también su casa. Ahora sólo le faltaba una cosa: Pasar del dicho, al hecho. ¡Ahí es nada!