Jesús Asensi Vendrell. Algunos no entienden por qué algunas asociaciones de padres y madres se han sumado a la huelga convocada por los alumnos de Secundaria y Bachillerato. No podemos olvidar que los recortes en educación afectan a las familias que están pasando ahogos económicos y también a aquellas que no tienen problema alguno para llegar a fin de mes.
Por ejemplo, el aumento de la ratio y la desaparición de profesores de apoyo puede suponer un gasto extra para las familias que han de llevar a sus hijos a profesores particulares, porque en el instituto son incapaces de seguir el ritmo de la clase; no hay nadie que compense sus carencias con soportes fuera del aula; y los padres tampoco tienen tiempo ni ganas de estar una hora tras otra al lado del hijo.
Algunos no entienden que, en algunos casos, si los alumnos están en huelga sus padres se encuentran desorientados del todo y que por eso, porque no les queda otro remedio, han de sumarse a una huelga que, por narices, ya estaban secundando. Porque si su hijo no va al instituto, no tienen que pelear con él a la hora de saltar de la cama, ni hacerle el desayuno ni el almuerzo de buena mañana. Tampoco tendrán que acercarle con el coche si se le hace tarde, ni bajarle la mochila del maletero y recogerlo después si tiene alguna prisa por llegar a algún sitio indeterminado. Si su hijo hace huelga, no podrán preguntarle una y otra vez si ya hizo los deberes o si ha estudiado para el examen, ni tendrán la oportunidad de achacar a los docentes su falta de aplicación y las carencias ortográficas. No cabe otra, si los hijos hacen huelga, los padres sólo tienen dos opciones: o ir al paro o declararse en huelga.
Pero seamos optimistas, pues podría haber sido muchísimo peor. ¿Se imaginan qué hubiese pasado si la huelga la hubieran secundado también los alumnos de Infantil y de Primaria? Ahora mismo estaríamos hablando de una catástrofe familiar irreparable. ¿No creen?