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Diario YA


 

La otra crisis: Mercadeo sacramental

Jesús Asensi Vendrell. Llegó la primavera y, con ella, uno de los días más maravillosos para muchos niños: el día de su Primera Comunión. Sí, aunque algunos lo han tenido que aplazar porque en su casa no andan sobrados de dinero y el banco no les da crédito o porque sus padres les han brindado la posibilidad de elegir entre tomar la comunión o ir de viaje a París…

Porque para que los niños reciban el sacramento de la Eucaristía, para que puedan gozar con Jesús cada domingo y no sólo ese día especial, se necesita una cuenta bancaria saneada, una sala de banquetes reservada con un año de antelación, vestidos nuevos para toda la familia, alquilar un local y contratar un cáterin para poder recibir a todos los conocidos que desean ver el traje del niño la semana de antes, pintar el piso, cambiarse de coche, pedir varios días libres al jefe, ir a la peluquería y a la manicura y, claro está, estar en la iglesia el día indicado a la hora que toque.

De todas formas, resulta curioso que las familias que viven con sobriedad la Primera Comunión de sus hijos, sin gastos innecesarios y derroches escandalosos, suelen ser las que aceptan con agrado pequeños regalos de gente querida; aunque se trate de una Biblia Infantil, un misal o un rosario; las que viven con fe intensa ese día y las que facilitan a sus hijos la perseverancia en la celebración de la misa dominical. Porque para que un niño pueda recibir la Primera Comunión sólo hace falta un mínimo de formación, la fe que brota en el alma de todo niño, ropa limpia, un poco de perfume y una familia dispuesta a acompañarle todas las semanas a ver al Amigo amado.

Bueno y también unas golosinas para repartir entre los familiares y amigos que le hayan acompañado en ese día tan especial. Y poco más, la verdad. ¿No creen?