La otra lectura de la foto del desfile del 9 de mayo en Moscú
José Luis Orella. El 9 de mayo, Vladimir Putin asombra al mundo con un masivo desfile militar que conmemore la victoria del ejército soviético sobre las tropas del III Reich. La Gran Guerra Patriótica, como se la conoce en Rusia, a la II Segunda Guerra Mundial, es uno de los últimos acontecimientos históricos que sirven en el programa de recuperación de la identidad nacional rusa. Sobre ese aspecto, Putin hace causa del determinante protagonismo que tuvo el ejército soviético de la URSS en la victoria final de los aliados. La recuperación de la cultura militante antifascista, surgida en el conflicto civil ucraniano, le ha permitido al mandatario ruso, recuperar el mensaje de una Rusia, baluarte de las libertades, frente al totalitarismo fascista, que en la actualidad renace en Kiev. Toda una interpretación, que como todo discurso político, guarda una parte de realidad, y esconde los crímenes que el totalitarismo comunista ocasionó en aquella Europa que decía liberar. Pero la recuperación del viejo discurso antifascista, le ha permitido enlazar internacionalmente con los populismos de izquierda que imperan en la Europa del sur, donde Podemos y Syriza hacen del viejo antifascismo, un movimiento idealista, poseedor de la única verdad histórica. Una combinación totalmente compatible con la amistad que Rusia muestra con los nuevos movimientos críticos hacia la Unión Europea, que ven en el liderazgo de Putin, el camino de la regeneración de la derecha identitaria europea. Téngase en cuenta que el partido de Putin se declara centrista, un término que permite la migración de personas que no desean les pregunten sobre su antiguo origen. Verdaderamente, los conceptos de derecha7izquierda, cada vez sirven menos para definir las posturas políticas.
Pero para Putin, el desfile del 9 de mayo también tiene otras lecturas, como enseñar su arsenal armado. No por razones de amenaza a la seguridad internacional, como algún medio pro-estadounidense hará, sino para aprovechar comercialmente el evento. Rusia es uno de los países que más se ha beneficiado de la venta de alta tecnología militar a países no europeos a unos precios asequibles. Unos productos, que junto a la venta de materias primas, esencialmente energéticas, son las que sostienen presupuestariamente las medias sociales que Putin pretende para una sociedad rusa depauperada, pero orgullosa de su renacer como potencia. Pero también ese día, en el balcón presidencial, Putin hará gala de sus amigos interncionales, aquellos que han decidido no ponerse enfermos, aquejados por la enfermedad de la inasistencia de los mandatarios occidentales. Entre los que asistirán, reconociendo a Putin como mandatario de peso internacional estarán: los presidentes de Azerbaiyán, Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Turkmenistán; que junto a las poco reconocidas Abjasia, y Osetia del Sur, formaron parte de la extinta URSS. A ellos se añadirán Alemania, Bosnia y Herzegovina, China, Chipre, Cuba, Eslovaquia, India, Macedonia, Mongolia, Palestina, República Checa, Serbia, Sudáfrica, Venezuela, Vietnam, Zimbabue, y contará con la participación del jefe de la ONU, Ban Ki-moon, y la directora general de UNESCO, Irina Bokova. Todo un dibujo, todavía incompleto, de los países donde la Rusia ve sus intereses estratégicos crecer..