La pervivencia del modernismo
Javier Paredes
Es tan de Dios de Iglesia que sigue en pie, a pesar de que durante dos mil años no han faltado innumerables intentos para destruirla. La casi totalidad de estos intentos pueden ser calificados como elementos externos a la Iglesia, no así uno de ellos: el modernismo que es interno. El modernismo fue condenado por San Pío X (1903-1914) en la encíclica Pascendi (1907) como el <<conjunto de todas las herejías>>. Ahora bien, que fuera condenado hace más de un siglo, no es incompatible con que siga actuando hasta el presente y de un modo diabólico en las almas de los católicos. Por esta razón la Virgen nos pone en guardia de este peligro por medio del último de los mensajes de Medjugorje (25-V-2010): “Dios os ha dado la gracia de vivir y de custodiar todo el bien que hay en vosotros y de alentar a otros a ser mejores y más santos, pero Satanás no duerme y a través del modernismo os desvía y os conduce por su camino”. (www.centromedjugorje.org).
El modernismo sustituye los fundamentos doctrinales sobre los que Jesucristo ha fundado su Iglesia, en un afán de desplazar la Fe y al Revelación como fundamento del hecho religioso y colocar en su lugar los criterios humanos del racionalismo y de las ciencias positivas. En suma, el modernismo subordina la fe a lo que los modernistas denominan formulaciones de los tiempos modernos, que por ser contradictorias a la fe acaban modificando el depósito entregado por Jesucristo.
El modernista en su concepción dialéctica concibe la coexistencia –como tesis y antítesis- de una Iglesia institucional y otra carismática, la primera tradicional y la segunda progresista, gracias a cuyo enfrentamiento surge el avance; naturalmente, en dicha concepción el modernista se reserva el papel de representante de los carismas y del progreso. Y precisamente por su concepción dialéctica de la religión, para los modernistas no sólo es compatible sino necesario realizar una crítica contra los fundamentos esenciales de la Iglesia y permanecer a la vez dentro de su seno. Es decir, ellos se autocalifican como el elemento de progreso, porque al establecerse como antítesis y enfrentarse a la tesis, esto es a la doctrina de la Iglesia, piensan que son los que hacen avanzar a una Iglesia en la que la santidad ha sido desplazada por la idea de progreso. Ellos, en suma, eliminan al Espíritu Santo de la Iglesia para colocar a la modernidad en su lugar. Por eso San Pío X con claridad meridiana afirmó que la fe de la Iglesia no tiene necesidad de adaptarse a nada, por cuanto la plenitud de los tiempos se había producido ya con revelación de Jesucristo, Dios hecho hombre.
El decreto Lamentabili (3-VII-1907) de San Pío X condenó 65 proposiciones modernistas, algunas de las cuales son éstas: la fe propuesta por la Iglesia contradice la Historia; la Sagrada Escritura no tiene un origen divino y debe ser interpretada como un documento humano; la resurrección de Jesucristo no fue un hecho histórico, sino una elaboración posterior de la conciencia cristiana; los sacramentos del Bautismo y de la Confesión no tienen un origen divino; no existe la verdad inmutable y ésta evoluciona con el hombre; la Iglesia por apegarse a verdades inmutables, no puede conciliarse con el progreso. Y concluía, literalmente el decreto Lamentabili con la 65 y última proposición: <<El Catolicismo actual no puede conciliarse con la verdadera ciencia si no se transforma en un cristianismo no dogmático, es decir en protestantismo amplio y liberal>>.
Y por si alguien pudiera pensar que el modernismo está alojado en la estratosfera y tan lejano a cualquiera de nosotros que es imposible que nos infecte, diré que modernistas son esas colas inmensas que se forman para ir a comulgar en la misa de los domingos, cuando esas colas no son igual de largas en los confesionarios; modernistas son esos matrimonios que han cegado las fuentes de la vida porque han traducido lo de la “paternidad responsable” de la Humanae vitae por “paternidad confortable”; modernista es pasar por delante de un sagrario sin hacer una genuflexión porque se piensa que esa cajita es únicamente un símbolo de Jesucristo y que lo de la presencia real de Jesucristo en el sagrario sólo es una bella leyenda para los niños que hacen la Primera Comunión; modernista es acomodar la moral católica a las conveniencias inmediatas de cada uno, estableciendo el mal menor como fuente de moralidad y persiguiendo a quienes siguen la moral objetiva y la doctrina social de la Iglesia hasta expulsarles del escenario social y político, para que su conducta coherente no se convierta en la voz de su conciencia; modernistas son esas agrupaciones sociales o políticas que se autoproclaman aconfesionales, porque piensan que lo moderno es esconder su condición de católicos, pero a la vez se apoyan en las estructuras y en la jerarquía de la Iglesia para lograr sus fines inmediatos... Modernista en fin, es toda aquel que se fabrica una religión y una moral a la carta y a la medida de sus intereses al margen de la Iglesia, cuyas manifestaciones concretas pueden ser tan variadas, que buen seguro que a quien esto leyere se le ocurren otras tantos ejemplos concretos como los que acabo de describir.
A la vista de todo lo anterior, a mi juicio el problema más grave de la Iglesia a lo largo de toda su Historia, porque los efectos letales del modernismo se infiltran suavemente, como ese humo del infierno que se ha penetrado en la Iglesia, en palabras de Pablo VI, sólo cabe agradecer a Nuestra Madre, la Gospa, este mensaje en el que nos invita a redoblar nuestros esfuerzos para ser santos de verdad y en el que nos previene de la tentación satánica del modernismo.