Manuel Cruz. Las protestas ciudadanas contra las decisiones que va tomando el Gobierno, ya sea la reforma laboral, ya en los recortes en educación, en sanidad, en investigación y desarrollo o en atender la discapacidad, ya en lo que sea, dan la impresión de que la derecha liberal se ha encaramado en el poder por arte de birlibirloque para gobernar a un país mayoritariamente de izquierdas… si consideramos que las izquierdas son las que se movilizan y protestan.
O sea, una pesadilla de la que hay que despertar. De ello se encargan los sindicatos, los profesores, los alumnos, los médicos y demás personal sanitario, los funcionarios, los jueces, los filoetarras, los nacionalistas, los antisistema, los pensionistas… ¿Quien más está a la espera de lanzarse a la calle? Paradójicamente, a la hora de votar, al menos hasta ahora, esa izquierda a la que parece que se le ha robado el poder -y es obvio que señalo directamente al PSOE- sigue perdiendo votos y escaños que se diluyen entre partidos minoritarios con vocación de convertir en rehenes a sus debilitados y eventuales aliados socialistas.
Dice ahora Felipe González, desde la serenidad que le da el haber salido impune de sus gobiernos trufados de corrupción económica y moral, que el gran problema del PSOE consiste en haber perdido su “vocación” de mayoría. Es decir, que ha dejado de creer en sí mismo… después del terremoto zapateril. Y don Alfredo Pérez Rubalcaba, que no se ha planteado dimitir por sus fracasos sucesivos, parece haber despertado de un mal sueño: iluminado por tan sabio consejo, ha respondido al líder natural del partido que va a poner inmediatamente manos a la obra. ¿Cómo? Nada de diálogo en busca de consensos como le sugería el gran maestro para recuperar el centro, sino justo al contrario: mediante una política más radical “que de respuestas al problema territorial, a la crisis económica y al Estado del bienestar”. Hale, como si nunca hubiese tenido la oportunidad de hacerlo.
¿Y esto qué quiere decir? A mi modo de ver, el “despertar” de Rubalcaba va a significar, ni más ni menos, que redoblar sus esfuerzos para que Rajoy aparezca ante la opinión pública como el único y auténtico responsable del hundimiento económico y moral del país. De entrada, nada de pedir perdón por el pasado reciente y remoto, pues ya lo ha dicho don Alfonso Guerra: ¿quienes son esos niñatos que se atreven a llevar a Internet un video pidiendo perdón por los errores de los gobiernos de Zapatero? Por consiguiente, la tarea inmediata que se propone emprender Rubalcaba en su renovado intento de recuperar su “vocación”, va a tener dos vertientes: por un lado, dinamitar todos los esfuerzos que emprenda Rajoy para oponerse al desafío del nacionalismo catalán y proponer el “federalismo” como única salida y, por otro, intensificar su campaña mediática y sindical para llevar a la opinión pública la idea de que con el socialismo en el poder se recuperaría todo el terreno perdido en bienestar social.
En este contexto, el gran objetivo prioritario es la defensa de la sanidad pública, como si el Partido Popular se hubiese propuesto destruirla mediante su privatización. Y atención a la batalla que va a aparecer en pantalla: la del socialismo benefactor de la humanidad frente al liberalismo despiadado y desalmado que solo busca su beneficio. En este escenario nada van a contar ni la crisis, ni las exigencias de Bruselas o del sentido común: aquí el instrumento a emplear consistirá en azuzar los sentimientos de descontento por los recortes con todos los instrumentos imaginables. Incluida otra huelga general; todo vale. Y mucho me temo que entre esos objetivos entre una campañita de insidias contra la Iglesia en un renovado intento de matar dos pájaros de un tiro: ya la han insinuado los “arrepentidos” jóvenes socialistas del video de marras al pedir -nada nuevo, por cierto- que se deje de “subvencionar” a la Iglesia, como si la Iglesia dependiera de las ayudas del Gobierno del PP. Qué cosas…
Rajoy va a ser acusado de arrodillarse ante la señora Merkel, de no tener agallas para enfrentarse a las instituciones europeas, de no exigir una demora de años, de lustros, de eternidad, al pago de la deuda e, incluso, de adelantarse a las exigencias de Bruselas y hacer más recortes de los necesarios, como si la obsesión de Rajoy por cuadrar las cuentas del Estado no fuese una necesidad sino un reto personal que le causa un inmenso placer.
Cabría preguntarse hasta qué punto la cachaza de Rajoy va a impedirle una inmediata reacción ante lo que se le avecina y si será capaz de dar su propia batalla ante la deteriorada opinión pública. En todo caso, una cosa es muy cierta: que por encima de los recortes y la política de austeridad, la sensación que se generaliza cada vez más es que el Gobierno de Rajoy está castigando a su propio electorado natural -las clases medias- dejando incólumes no ya a los ricos sino, lo que es peor, a la propia clase política. No se percibe ningún esfuerzo serio -¿de que sirve recortar un poquito el gasto en coches oficiales?- para que los políticos sufran en sus carnes las mismas necesidades que la mayoría de la población. La anunciada reforma de la Administración se hace esperar y con ella la supresión de ayuntamientos, la reducción del número de parlamentarios, el drástico recorte de los sueldos y prebendas como la de las ayudas por vivienda o transportes.
El rechazo a la clase política se hace más patente a medida que aumenta el paro, se imponen nuevas tasas y disminuye la capacidad adquisitiva de las familias que se ven obligadas a reducir gastos con la subsiguiente repercusión en la actividad económica. Al Gobierno, además, le falta imaginación a la hora de recortar gastos. ¿Por qué se ha quitado a los funcionarios la paga extra de Navidad, que tantos sentimientos remueve, en lugar de recortarla a lo largo del año o de reducir complementos de sueldo? ¿O, por qué no de ha prorrateado el simbólico aumento de las pensiones entre tres o cuatro tramos para poder revalorizarlas a los más débiles conforme al IPC y, si acaso, congelarlas a los más beneficiados?
Pero no es eso solo. La sociedad necesita una urgente inyección de confianza en sus políticos y, desde luego, no va a ser el PSOE el que la ponga mientras no de ejemplo de sensatez. Esa tarea le corresponde al Gobierno imperiosamente. De lo contrario, aunque a partir del 2014 empiece a recuperarse la economía, la derecha que gobierna para un país que se escora cada vez más al desencanto, que conduce al radicalismo -no quiero decir a la izquierda, porque no es verdad- no tendrá otra oportunidad de gobernar en mucho tiempo, como ya le ocurre al PSOE. Los votos se van a ir a la abstención, o los minipartidos más radicales que, desde su minoría, saben fustigar más y mejor a los mayoritarios. Y ya no le bastan a Rajoy declaraciones justificando sus medidas que, tomen nota sus asesores, cada vez convencen menos a la gente.