La plaza de Colón debe llamarse plaza Iberia
Carlos Gregorio Hernández. 15 de enero.
Cristóbal Colón, el intitulado por los Reyes Católicos almirante de
Hace más de quinientos años existían otras dificultades, claro que modestas en relación a las actuales. Colón no convenció a sus majestades a la primera. Zarpar de Palos le costó Dios, ayuda y patrimonio propio y ajeno. Poco después Hernán Cortés, otro de nuestros conquistadores, le explicaba en sus Cartas de relación a Carlos I de España la grandeza de su empresa en contraste con la precariedad de sus medios y la magnitud de las acechanzas de los indios. También Alvar Núñez Cabeza de Vaca tomó la pluma para llevar al último extremo el significado de la palabra epopeya cuando contó por escrito en los Naufragios el resultado de su expedición con Pánfilo Narváez. Pero esas empresas se conocen porque han tenido buenos publicistas. Pronto aquellos nombres, sin duda notables, tendrán que dejar paso a otros, los viajeros contemporáneos, que son los auténticos héroes sobresalientes de la nueva España. ¿Se imaginan que hubiera pasado si hubiera nevado en 1492? Llegará el día en que Francisco de Pizarro será descabalgado de su montura en Trujillo y no gracias a una nueva Ley de Memoria Histórica, sino al hecho evidente de que sus hazañas habrían quedado menguadas por el ímpetu de alguno de sus paisanos que cual iluso se atreviera a volar. Pizarro no conoció el overbooking, ni los retrasos, ni las cancelaciones, ni tampoco permaneció al pie de una cinta transportadora de maletas por espacio de una hora. Las hazañas de Colón, Cortés y Pizarro fueron simplemente eso, hazañas, episodios excepcionales. Para el viajero contemporáneo las hazañas, el overbooking, los retrasos, las cancelaciones, las cintas transportadoras sin maletas son lo cotidiano al margen de las nevadas. Se quejan algunos de no ver en los cines los hitos patrios. Es cierto, nunca hemos sabido vendernos. Hace falta un nuevo Homero que reescriba