La razón de una victoria: Los ideales saharauis frente a los intereses alauitas
Luis de Carlos Calderón
Los términos “ideal” e “interés” tienen diversos significados según los contextos en los que aparecen, pero, en cuanto a la ocupación del Sahara, quedan reducidos a los comentados en este artículo haciendo referencia, con respecto al primero, al conjunto de convicciones o creencias, implicando valores morales, que mantiene acerca de su independencia el pueblo saharaui y, con relación al segundo, a la conveniencia o beneficio, en el orden material, del Majzen marroquí que implica, a su vez, una flagrante inmoralidad.
En este sentido apuntado, el ideal de carácter espiritual tiende a la inmortalidad y el interés materialista a la corrupción o putrefacción. La violencia de los colonos marroquíes, flanqueados por la policía y el ejército ocupante, tiene su origen en la desesperación que les produce comprobar la persistencia de los saharauis en defensa de su libertad. Hay un gran temor a que la injusticia de una ocupación tenga un final conforme a la verdad de la causa saharaui. Como afirmaba Gandhi “La violencia es el miedo a los ideales de los demás”. Aunque en un conflicto que se torna violento, por la inoperancia de los llamados a resolverlo especialmente la ONU y el gobierno español, pueden haber víctimas de ambas partes, en líneas generales el idealista tiende a morir y el interesado a matar, pero al cabo de un tiempo el interesado considera que lo robado no compensa poner en peligro su vida y el idealista considera un honor perder su vida en aras de la justicia de su causa.
Otros intereses, los creados de los aliados de Mohamed VI, en primer lugar Francia, tienen un límite como se ha demostrado con el chaqueteo de los gobernantes americanos y europeos después de la caída de los jefes de estado de algunas naciones del Norte de África. Las ventajas materiales, casi siempre ilegítimas, de que gozan Francia y otras naciones promarroquíes, que lleva a establecer entre ellos una cómplice solidaridad, no deja de ser circunstancial pues dependen de un interés caduco. Las mentiras de los interesados duran el tiempo necesario hasta que se descubran, la verdad es intemporal y, en letras mayúsculas, nos hace libres al decir de Jesucristo. Un ideal es una meta por la que sacrificarse hasta su obtención, un interés injusto no conduce a la entrega generosa del propio ser. El final siempre está escrito en una lucha desigual, no desde la perspectiva del poder militar, sino desde otra mucho más profunda que habla con la verdad de la justicia.
Tarde o temprano, el espectáculo ofrecido por la violencia continuada del gobierno del Sultán tendrá la respuesta debida de su propio pueblo que, aunque manipulado en el tema del Sahara, terminará por comprender que las injusticias no son sólo las que él padece sino que son extensivas a las que sufre el saharaui. Por otra parte, algunos colonos marroquíes comienzan a valorar lo que ganarían quedándose en un Sahara libre en comparación con la opresión que sufren en el sistema cuasi absolutista aluita, lo que está preocupando al Majzen.
Ante los que persiguen la obtención o el mantenimiento de un interés y los que luchan por un ideal justo, no se entiende la actitud que han tenido los medios de comunicación españoles que, pecando de omisión, no han informado sobre los acontecimientos habidos en Dajla, ciudad fundada por los españoles como Villa Cisneros, estos últimos días, donde la represión brutal de la potencia ocupante se cebó con los naturales del territorio. No escuchar sus gritos, muchos pronunciados en el idioma de Cervantes, es situarse a favor de intereses mezquinos contra unos ideales de libertad que todo decimos defender.
En conclusión, tenemos delante un almanaque cuyos días van siendo tachados, cada equis es una jornada menos para una fecha que se escribirá en los anales de la historia, la victoria del pueblo del Sahara en pos de un ideal de libertad y la derrota de una potencia invasora que deseaba mantener unos intereses materiales, solapados bajo un falso ideal de una antihistórica unión territorial que sólo existe en la mente de un sultán perturbado.