La realidad del martirio en la Iglesia
Javier Paredes. Hoy día de San Esteban, el primero de los mártires cristianos, debemos reflexionar sobre la realidad del martirio en la Iglesia. En la tipología persecutoria o martirial se pueden distinguir tres modelos diferentes que, aunque con distinta eficacia, buscan eliminar de la faz de la tierra a la Esposa de Jesucristo. Cada uno de estos tres modelos no excluye necesariamente a los otros dos. Han ido apareciendo sucesivamente a lo largo del tiempo, concentrándose los tres en lo que se conoce como la Edad Contemporánea; es decir, los años que transcurren desde la Revolución Francesa (1789) hasta nuestros días. Pues bien, a mi juicio, esta situación de máximo peligro para los cristianos en la que hoy nos encontramos es la que anima a la Virgen María, que es Madre de Dios y Madre Nuestra, a intervenir, a cobijarnos bajo su manto de un modo distinto a como lo ha hecho hasta ahora. Frente a quienes se propusieron bloquear el futuro verdadero de la Vida Eterna, y reducir toda nuestra existencia a la pura materialidad, proclamando el fin de la Iglesia Católica, la Virgen decide bajar del Cielo a desmentirlo y manifestarse como Esperanza Nuestra. Sus apariciones son, en definitiva, su luminosa respuesta al peligro que acecha a la Iglesia, acosada ahora por la triple tipología persecutoria
En el primer modelo, los perseguidores ignoran que es la gracia santificante lo que vivifica a la Iglesia y no el número mayor o menor de cristianos. En consecuencia piensan que eliminando al mayor número posible de cristianos conseguirán acabar con la Iglesia. Pero su error de inicio explica que obtengan un resultado contrario al de sus objetivos, pues como ya puso de manifiesto Tertuliano (160-225) “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. En este modelo encajan tanto las acciones de los emperadores romanos, como las persecuciones comunistas del siglo XX.
El segundo tipo de martirio apareció durante la Revolución Francesa. En esta ocasión los perseguidores, algunos de ellos sacerdotes y obispos (que, aunque renegados, son sacerdotes in aeternum), conocen perfectamente que el catolicismo es una religión sacramental y que es a través de los sacramentos por donde circula la gracia que produce la santidad. El historiador francés Jean de Viguerie, en un excelente libro que se titula Cristianismo y Revolución, ha puesto de manifiesto cómo las medidas revolucionarias tenían como objetivo apartar a los fieles de los sacramentos. Y afirma en sus conclusiones que esta persecución sí que fue eficaz, y lo demuestra por la medida de la práctica sacramental en Francia antes de la Revolución y después de pacificarse religiosamente el país tras el concordato firmado por Napoleón en 1802, y el descenso es considerable. Si se mantuvo viva la Iglesia en Francia fue porque la revolución también utilizó el primer tipo de martirio, que consiguió que la sangre de miles de católicos franceses se convirtiera en semilla de cristianos, y porque otros muchos vivieron la religión católica en la clandestinidad, y se negaron a participar en las ceremonias cismáticas oficiadas por los curas juramentados.
La santidad de un mártir salta con facilidad el trámite del juicio, pero al resto de los franceses pienso que se les habrá preguntado en el juicio particular si asistieron a las misas clandestinas de los curas refractarios o prefirieron participar en las ceremonias blasfemas de la Diosa Razón, para no salirse del sistema. Y por fuerza hay que reconocer que los curas juramentados, que negaron a Pío VI un entierro cristiano y mutaron la liturgia en un culto civil, prolongan su influencia hasta el día hoy, cuando en defensa de la espontaneidad algunos se saltan las normas litúrgicas y celebran unos rituales, que con toda propiedad pueden ser calificados como cismáticos. Por paradoja, ciertos actos litúrgicos recomendados, como es el de comulgar de rodillas y en la boca, a veces hay que hacerlos hoy de modo clandestino.
El tercer tipo es el martirio de la coherencia. Ahora a los perseguidores ya no les importa tanto si vas o dejas de ir a misa. Es más, si la parroquia en la que se celebra tiene algunos pedruscos de hace unos cuantos siglos, el sistema político puede que hasta financie el mantenimiento o la limpieza del templo. Por lo tanto, en nuestro juicio particular, a los cristianos del siglo XXI no se nos preguntará sólo si hemos asistido a misa los domingos y fiestas de guardar, sino que además se nos pedirá cuentas también y especialmente de qué hicimos con esta sociedad desacralizada. Porque, a diferencia de otras épocas en las que también había obligación de dar la cara por Jesucristo en la vida pública, en la nuestra es especialmente necesario por estar nuestras instituciones civiles más necesitadas de Dios, y porque además el magisterio nos ha recordado en el Concilio Vaticano II que lo propio de los laicos es santificar las estructuras temporales. Y la tarea no es sencilla, ya que la coherencia es incompatible con la esquizofrenia moral, que farisaicamente puede aprobar la financiación de templos, colegios católicos y ONGs bienintencionadas, a cambio de que no salgamos de las sacristías, para impedir así que cristianicemos los parlamentos, los periódicos, las universidades, las fábricas, las diversiones, los hospitales…
Lo dramático de este tercer modelo de persecución es que los verdugos no se encuentran fuera de la Iglesia, porque la coherencia de los católicos que han puesto en la santidad el objetivo de sus vidas, a quienes pone en evidencia no es a los ateos, ni a los hombres sin fe, ni a los “rojos”, ni a los masones, sino a todos aquellos católicos tibios y esquizofrénicos que prefieren el juicio de los hombres al de Dios. Esta persecución que ya ha comenzado es tan grave y tan importante en la historia de la Humanidad porque el día que se generalice será la última y clara señal de que hemos entrado en los últimos tiempos anunciados en el Apocalipsis, que preceden al fin del mundo, sin que sepamos el tiempo que ha de transcurrir entre los últimos tiempos y el fin del mundo.
Los truenos y los relámpagos quedan reservados para el fin del mundo, que –como he dicho- estará precedido de los últimos tiempos en los que tendrá lugar esta tercera persecución, ya iniciada, en un ambiente tan de calma y normalidad, que desde este momento habrá que estar muy pegados a la Santa Misa, al Sagrario, a la Santísima Virgen y a la Caridad con los hermanos, porque de lo contrario nos deslizaremos sin darnos cuenta y pasaremos a engrosar las filas de los verdugos. Además, los que se mantengan fieles a la Verdad serán tachados de radicales, fanáticos y fundamentalistas, como ya ocurre actualmente, aunque todavía no se presente dicha acusación con la virulencia y encono a la que se puede llegar en el futuro.