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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

La reforma agraria en la II República

José Mª García De Tuñón Aza. Hay muchas frases que han pasado a la Historia. Algunas de ellas sabemos quien las pronunció, sin embargo hay otras que ignoramos el nombre de su autor. Conocemos, por ejemplo, que quien pronunció primero «la tierra es de quien la trabaja», fue de Emiliano Zapata,  líder de la Revolución mejicana y símbolo de la resistencia campesina. Hay otros que creen, o han creído, que «la tierra no pertenece a nadie salvo al viento», según un día dijo nuestro nefasto Rodríguez Zapatero, dejando a más de la mitad de españoles asombrados porque al no citar la fuente la mayoría de ellos pensaron que había sido una tontería más de las muchas que dijo como presidente de Gobierno; pero esa frase no era de él, sino del jefe indio americano Seattle,  convertido más tarde al catolicismo, que la dijo hace más de cien años. Rodríguez pensó que pronunciándola aquel día en Copenhague iba a ser muy original.

Pero olvidémonos del ex presidente y dejémoslo disfrutando su chalet de lujo ya que sólo deseo referirme a la Reforma Agraria de España, uno de los proyectos más ambiciosos que tuvo la II República y que pretendía resolver un problema histórico. El mismo Jovellanos hablaba en su tiempo de cercar las fincas, y que los arrendamientos estuvieran basados en el pacto libre entre colonos y propietarios. Aquella reforma agraria que tanto prometían todos los políticos de la izquierda española, en la aciaga II República, fue un fracaso porque hizo creer a los jornaleros en un reparto de tierras, que al final no fue llevado a cabo no consiguiendo, pues, satisfacer las esperanzas que los hombres que trabajaban el campo habían puesto en lo que terminó convirtiéndose en una falsa promesa.
 
Los hombres de la Falange recién fundada, fueron quienes más hicieron para que se elaborase esa reforma agraria que sacara de la pobreza al campesino español. Dice el historiador Mertinell Gifre que fue Onésimo Redondo quien tuvo en sus manos la gran misión de llevar por el cauce de la revolución nacional a las masas campesinas, y de ser el primero que tradujo a la acción de masas los primeros ideales del Estado Nuevo.  También no es menos cierto que José Antonio Primo de Rivera –«que quería una reforma agraria mucho más radical que la mía, pero es claro que nadie le hizo caso», dejó escrito el diputado comunista y poeta José Antonio Balbontín–, un día expuso en  las Cortes de la República estas palabras.
 
«En la provincia de Ávila –esto lo debe saber el señor ministro de Agricultura– hay un pueblo que se llama Narros del Puerto. Este pueblo pertenece a una señora que lo compró en algo así como ochenta mil pesetas. Debió de tratarse de algún coto redondo de antigua propiedad señorial. Aquella señora es propietaria de cada centímetro cuadrado del suelo; de manera que la iglesia, el cementerio, la escuela, las casas de todos los que viven en el pueblo, están, parece, edificados sobre terrenos de la señora. Por consiguiente, –ni un solo vecino tiene derecho a colocar los pies sobre la parte de tierra necesaria para sustentarle, si no es por una concesión de esta señora propietaria. Esta señora tiene arrendadas todas las casas a los vecinos que las pueblan, y en el contrato de arrendamiento, que tiene un número infinito de cláusulas, y del que tengo copia, que puedo entregar a las Cortes, se establecen no ya todas las causas de desahucio que incluye el Código Civil, no ya todas las causas de desahucio que haya podido imaginarse, sino incluso motivos de desahucio por razones como ésta: "La dueña podrá desahuciar a los colonos que fuesen mal hablados".  Es decir, que ya no sólo entran en vigor todas aquellas razones de tipo económico que funcionan en el régimen de arrendamientos, sino que la propietaria de este término, donde nadie puede vivir y de donde ser desahuciado equivale a tener que lanzarse a emigrar por los campos, porque no hay decímetro cuadrado de tierra que no pertenezca a la señora, se instituye en tutora de todos los vecinos…».
 
Cuando José Antonio vuelve a su escaño, Claudio Sánchez Albornoz, del partido de Azaña, le dice: «Si continúa por el camino en que le he visto avanzar esta tarde va a desilusionar a las derechas españolas que le siguen». A lo que Primo de Rivera contestó: «Albornoz, lo sé y hasta he podido comprobarlo. Desde que he girado hacia la izquierda me han suprimido la subvención con que antes favorecían mis campañas». Palabras de las que da fe, el que fue presidente del Gobierno Republicano en el exilio, en su libro «Anecdotario político».