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Diario YA


 

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La reiterada mentira del aborto

Rafael González. 17 de mayo. Estoy seguro de que si el Gobierno se hubiese empeñado en solucionar los grandes problemas que tiene España planteados, el principal de todos, el paro… (pero hay otros más, como el de la enseñanza, o la reforma de la ley electoral, causante principal de esa gran desazón que cada vez, con mayor intensidad, nos va invadiendo a todos); si el Gobierno, repito, se hubiese empeñado en resolver esos problemas con la tenacidad que está empleando en la implantación del aborto libre, en fomentar el libertinaje sexual y la desvergüenza totus plenus (o dicho en román paladino, el fornicio a tutiplén), mediante la píldora del día después, seguro estoy de que no estaríamos padeciendo las crisis que estamos padeciendo: crisis económica, financiera, de competitividad, de productividad; crisis moral y de principios sobre los que se han fundamentado nuestra idiosincrasia como pueblo; crisis de identidad nacional, educativa, etcétera, etcétera.

Recordaba Juan Manuel de Prada cómo el Gobierno, en la implantación del aborto, se aferra a la sentencia de Goebbels “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Y en efecto, ese eficaz  aparato propagandístico de Rodríguez Zapatero, creador de paro, no sólo impide el debate racional sobre algo tan trascendente como es el aborto y todo lo relacionado con la educación sexual, sino que invade la conciencia de la gente con mensajes impregnados de emotividad, a fin de que un embarazo sea considerado como un factor de riesgo. En cambio, predican las ministras sin hijos Aído y Trinidad Jiménez,  que la nueva Ley fomenta la libertad de la mujer, liberándose del ser que lleva en sus entrañas. Mediante libérrima decisión, faltaría más. A nadie se obliga. Semejante falacia es la más escandalosa de cuantas mentiras plagan la gestión del Gobierno del PSOE. ¿Cómo puede derivarse la libertad y emancipación de la mujer de un acto tan execrable como  desprenderse de una vida humana que crece en su seno?

La fórmula de Goebbels está dando resultados. Están logrando hacer creer a la gente sencilla que el aborto no es un asesinato de niños inocentes, sino que se trata de un derecho; que no destruye vidas ni quiebra el sentido de justicia, sino que protege la salud de la mujer, a la que, además, se le proporciona una seguridad jurídica de la que ahora carece. La finalidad de esos goebbelsianos métodos no es otra que la de lograr el voto joven, el de los que carecen de memoria histórica y se creen que socialismo es libertad, esa libertad, ya, ya, que existía en los países tras el telón de acero y de los que todavía hay algún botón de muestra, como en Cuba.

Pero, en fin, volvamos a lo que íbamos. El aborto nunca ha sido un problema obrero. Nunca, en las plataformas de reivindicaciones de la clase trabajadora, ha figurado el aborto como uno de los derechos que deben ser reconocidos y alcanzados por los trabajadores, ni mediante regulaciones de ley de plazos ni libre total, como pretende Rodríguez Zapatero, creador de paro. Eso ha sido, y es, una aspiración más bien de niñatas pijas y libertinas, integradas en esa nueva clase social  pseudo-burguesa, en la que tienen especial asentamiento e influencia los sectores que yo califico de progresismo eccematoso. Por tanto, hay profundas razones de tipo moral y cultural que colisionan, con más fuerza que las razones de tipo civil, penal o constitucional, con el proyecto que nos va a imponer Rodríguez Zapatero, creador de paro. Y eso no lo digo yo, pobre divulgador, sino numerosos científicos, académicos, especialistas en los distintos saberes, que dan razones poderosas contra esa perversa implantación que nos echan encima. Pero además de esas voces están las de la Iglesia católica y otras confesiones religiosas, a cuyas razones hace oídos sordos Zapatero, Aído, doña Trini y demás paladines de esa implantación de la pena de muerte en España, ese genocidio programado y que, para que sea más eficaz, para que extermine más rápidamente, se dota de una píldora del día después para que le hedonismo se convierta en la religión suprema de nuestra sociedad, mientras languidezca y vaya lentamente extinguiéndose a consecuencia de una tasa de natalidad negativa.

Ante tal panorama, que no es de ciencia ficción, aunque lo parezca, ¿no es más progresista y auténticamente social,  dejar nacer los niños? Eso tampoco lo he dicho yo. Lo ha dicho el cardenal Rouco.  

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