La Lupa del YA. Convendrán todos ustedes conmigo que amor y comercio carnal no son conceptos que casen fácilmente. Algo tan humanamente sensible como es el amor, no puede saldarse en plan hola guapo, son 60 euros y la cama aparte. Del mismo modo, algo tan delicado como la salud, no puede quedar al arbitrio de las leyes del mercado.
Hubo un tiempo en esta triste España nuestra en que los Invictos Caudillos, Centinelas de Occidente y, en definitiva, Jefes de Estado, familiares, ministros y demás jerarcas, alumbraban a sus hijos, reparaban las goteras de sus cuerpos, e incluso palmaban, en los centros de la Sanidad Pública. Claro, que aquello suena tan remoto y carca como creer en los Reyes, Magos claro, en la bandera y en la dignidad del hombre.
Es cierto que en aquella Sanidad Pública, como en todos los oficios del mundo, había virtuosos y chapuceros, profesionales solventes y auténticos mantas. Y pasaba con ellos como con los pimientos de Padrón. Si te tocaba el picante, podías darte por lisiado. Pero ese mismo riesgo, como el acceso a los beneficios, eran universales. Ahora, ese riesgo parece ser el mismo, desde el momento en que los mismos galenos compatibilizan su actividad profesional pública y privada. Pero, díganme si son comparables en uno y otro sistema la masificación, la atención integral al paciente, e incluso los medios. Sí, los medios. Porque siempre se ha dicho que, gracias a los impuestos del español deslomado en oficios varios, los medios públicos eran los mejores. Sin embargo, uno se cae del guindo cuando tiene la desgracia de tener que recurrir a un tratamiento como la "tomoterapia", una radioterapia de bandera que permite mayor efectividad con menores daños colaterales. Hasta el pasado mes de enero, sólo tres centros europeos contaban con tal maravilla. Uno de ellos, español, pero a lo prostituta, a tantos euros la sesión, con la única diferencia de que en esa actividad había que contar con el coste añadido del IVA, si bien la cama iba incluída en el precio.
No hay que ser un lince para darse cuenta de que algo debe fallar en el sistema sanitario público, cuando en esta nueva España de la libertad y tal, reyes, magnates, estrellas del rock y hasta caciquillos autonómicos, siempre que el cuerpo da un mal aviso recalan en clínicas de pago, a ser posible allende los océanos.
La sanidad de copete ha pasado a ser un artículo de lujo. Un lujo que también cuenta con su aparato mediático-publicitario, tan sutil como tan jugoso negocio requiere. Sí, poniéndonos los dientes largos desde los medios, con ese "jaus" que siempre cura, esos centros donde la resonancia magnética siempre está disponible, y esos quirófanos tan asépticos y a punto. Hasta parece apetecible contraer una enfermedad de las que te sitúan a las puertas del otro barrio. Y los mandamases autonómicos, que son ahora los amos y señores del asunto de la sanación, nos dicen que lo moderno y eficaz es la sanidad de pago. En ese modelo hacia el que avanzamos el que tiene parné, bien. El que no, que le den por donde amargan los pepinos o, en su defecto, por donde se rompen los cestos.
Gran falacia eso de que lo que se paga a tocateja, y no vía indirecta a través de los impuestos, se gestiona mejor. Cuando sólo había una opción, si había irregularidades, algún exaltado familiar del afectado ahorraba para comprarse una escopeta de cañones superpuestos con cartuchos de posta, y ayudaba a regular el sistema, convenientemente publicitado el asunto por el extinto "El Caso". Cuando vemos a tantos y tantos españolitos, con la parva pisándoles los talones, esperando meses para su cita con la prueba diagnóstica que nada bueno parece augurar, dan ganas de arrimar el hombro junto a ellos, dar un puñetazo en la mesa y decir hasta aquí hemos llegado, carajo. Aquí nos salvamos todos juntos o no se salva ni el maestro armero, pardiez.