Mª Elena Vizcarro Villalonga. La sinceridad es indispensable para poseer una personalidad íntegra. La sinceridad es ante todo una actitud hacia nosotros mismos. La persona falsa se autodaña y a la larga se atrofia para discernir lo verdadero de aquello que no lo es. La sinceridad es un elemento indispensable para tener una personalidad sana y un carácter firme.
Ser sinceros es tener en cuenta a los otros, considerarlos dignos de lo mejor que podemos ofrecerles: nuestra verdad. Lo contrario es propio de personas mezquinas, a las que les viene grande lo noble del ser humano. Mentir es una manera de enrolarse en un camino sin fin, en el que se va perdiendo identidad y se entra en una nebulosa ficticia, que se enreda y envuelve como una tela de araña. La sinceridad conduce a la seguridad de la propia verdad. Ser sinceros nos hace valientes, sabiendo que la verdad se antepone a todo lo demás y que lo peor sería precisamente perderla u ocultarla.
La persona sincera adopta una postura de aceptación de la verdad de los otros, entendiendo que su verdad es sólo una parte que, como una pieza de un puzzle, unida a la parte de verdad de los demás se agranda y se acerca al verdadero sentido de la existencia. No confundir sinceridad con descaro; no se trata de decir lo que pensamos en cada momento de un modo improvisado, porque eso únicamente da lugar a situaciones que por carecer de la serenidad del razonamiento, pueden ser inoportunas o incluso herir a alguien.
Muchos autores han dicho y escrito pensamientos profundos sobre la verdad y la sinceridad: “¿Tu verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”. (Antonio Machado). “La violación de la verdad no es sólo una especie de suicidio del embustero, sino una puñalada en la salud de la sociedad”. (Emerson)