Editorial del programa Sencillamente radio, de Radio Intercontinental
El PSOE utilizó a las víctimas del once de marzo para ganar unas elecciones que tenía perdidas y el PP para justificar una derrota electoral que nunca se hubiera producido si aquel once de marzo, tres días antes de la cita con las urnas, no se hubiera perpetrado en Madrid el mayor atentado terrorista de la historia de Europa. En las siguientes elecciones generales, las de 2008, las víctimas del 11M ya no servían como herramienta electoral ni al PSOE ni al PP porque ya había sentencia -y por supuesto del pacto entre el PSOE y el PP de acatar, respetar y venerar esta sentencia como si de un dogma de fe se tratase.
Es esa sentencia, convertida en dogma de fe democrática por el poder político, se daba satisfacción no a las víctimas de la masacre pero sí al PSOE y al PP pues en ella se establece la no participación en ningún grado de ETA ni de la red terrorista Al Qaeda, y culpa y condena por la comisión de los atentados, sólo y nada más, que a los sicarios que los perpetraron sin buscar -y por lo tanto sin hallar- a la inteligencia que los ideó, que los planificó, que les dio cobertura logística, perfil estratégico y armazón táctico. Las víctimas del 11M quedaron desoladas y huérfanas de justicia con la sentencia pero al PP y al PSOE les satisfizo enormemente por que en ella se exculpa a ETA –con quienes los unos ya estaban en negociaciones- y se explicita que la Guerra de Irak -en la que los otros nos metieron- no fue el detonante de los atentados.
En la sentencia, pues, se dio satisfacción al PP y al PSOE principal y fundamentalmente poro, ¿y a las víctimas? A las víctimas se las obliga a creer, en un acto de insoslayable fe democrática, que el mayor atentado terrorista de la historia de Europa lo diseñan y lo ejecutan un esquizofrénico que trapichea en el top manta de la dinamita asturiana, y veintitantos rufianes magrebíes avecindados en Lavapiés que mercadean con hachís, con móviles robados y con toda la quincalla de rateros de poca monta, ejerciendo algunos de ellos de “chotas” de la policía.
En todo crimen hay dos líneas básicas y universales de investigación que se las sabe hasta Torrente: el móvil -que suele ser siempre amor, dinero o dio y poder- y el quid prodes, buscar e investigar al beneficiario del crimen. El juicio se celebró sin haber investigado ni el móvil ni el quid prodes y, por lo tanto, la sentencia resultó ser eso, más que una sentencia, un dogma de fe en el sistema.
Cinco años después del atentado, las víctimas que sobrevivieron a la masacre están más solas que los muertos porque, ni a los unos, ni a los otros, les sirven ya como herramienta electoral. Viendo su soledad y su desamparo en el quinto aniversario de la masacre del once de marzo, recé por ellos y por los caídos, y me acordé de lo que Chateaubriand dice paradójicamente en sus Memorias de utratumba: “Cuando en el silencio de la abyección ya sólo resuena la cadena del esclavo y la voz del delator, cuando todo tiembla ante el tirano, al historiador le incumbe la tarea de la venganza de los pueblos. De nada le sirve triunfar a Nerón; Tácito ya ha nacido en el Imperio”.