La soledad de Zapatero
Abel Hernández. 12 de marzo.
Según el vicepresidente económico Pedro Solbes, el Gobierno superará los idus de marzo. Él mismo tendrá que aplazar su sueño de convertirse en ex ministro hasta el verano cuando haya pasado la ventolera de las elecciones europeas, que no pintan bien para el PSOE, y cuando el número de parados rompa ya las puertas y los cristales de las oficinas del INEM. Es posible que, a trancas y barrancas, Zapatero sobreviva algún tiempo y trate de escudarse dentro de unos meses en un Gobierno más solvente para distraer la atención y ganar tiempo. Pero su soledad empieza a ser ya evidente. Incluso dentro de su propio partido, sobre todo entre los viejos pesos pesados, cunde la inquietud.
Los portavoces parlamentarios, Alonso y Jáuregui, empiezan a hacer horas extras para que el partido gubernamental no se quede completamente solo en el Congreso de los Diputados, con lo que, a partir de ahora, la actividad legislativa no podrá salirse de los caminos trillados, donde pueda evitarse la enconada controversia y el consiguiente fracaso. Los vascos del PNV, que eran hasta ahora los socios preferentes tanto para un roto como para un descosido, ya le han vuelto ostensiblemente la espalda a Zapatero, mientras Patxi López inicia en Euskadi el largo camino solitario hacia el despacho del lehendakari, poblado de mil asechanzas. Por esos avatares del destino los socialistas quedan cautivos de los populares en la región de España más conflictiva.
El desamparo socialista y el clamoroso fracaso del presidente Zapatero cuando no se ha cumplido aún un año de su segundo mandato deberían ser motivo de preocupación para todos, aunque formalmente el Gobierno supere los Idus de marzo. Siempre los segundos mandatos acostumbran a ser complicados; pero esta vez están sobrepasándose los peores augurios. Le ha tocado la china de una gravísima crisis económica, mal gestionada y que será muy difícil superar en soledad. No sé si el presidente dispone aún del crédito suficiente para convocar a todas las fuerzas políticas, sociales y económicas para hacer frente entre todos a la fiera. Acaso sea el momento de que el Rey, apurando sus prerrogativas constitucionales, se vea obligado a ejercer su papel de moderador y forzar esa convocatoria.
La oposición, sin renunciar a su inexcusable deber de ejercer la crítica responsable, debería arrimar el hombro para salir del atolladero ante la gravedad de la situación, olvidándose por un tiempo de los réditos electorales inmediatos y las malas artes con que está siendo tratada por las terminales del poder. Un presidente encerrado en la soledad de la Moncloa -¡siempre el maldito síndrome!- , rodeado de colaboradores agradecidos que no le dejan ver la realidad de la calle, y un Gobierno débil, cuyos miembros más destacados están deseando abandonar la cartera, no parece que sea el mejor instrumento para superar la crisis. No hay que esperar a los siguientes Idus.