“La sociedad es actualmente una horda desbastada por la civilización y que está formada por dos poderosas tribus, la de los fastidiosos y la de los fastidiados” Lord Byron
Miguel Massanet Bosch. En esta endémica crisis que ya lleva años azotándonos parece que existe un general consenso en que, los que se llevan la palma de ser los más afectados por sus consecuencias son los de esta clase de ciudadanos incluidos dentro de la genérica denominación de “Clase media”. En realidad, no se trata de una categoría integrada siempre por la misma clase social, ni por los que perciben unos emolumentos de un montante parecido ni, tan siquiera, por estar integrada por personas de una misma ideología política o por adscritos a unas especiales creencias religiosas. No, señores, la Clase Media es ni más ni menos que… la Clase Media.
Hubo unos tiempos en los que las diferencias entre clases sociales estaban perfectamente marcadas y existían evidentes diferencias, no sólo en su particular estatus económico, su manera de vestir y comportarse, sus derechos e incluso los barrios en que cada una de las agrupaciones sociales se establecían para vivir y compartir sus vidas con aquellos de su misma clase y condición. Es obvio que, en los principios del sindicalismo lo que se denominaban clases bajas u obreras eran verdaderos ciudadanos de tercera categoría que, en un régimen de trabajo parecido al de los esclavos, carente de derechos y sometidos a los dictados de terratenientes, empresarios o industriales, que eran quienes fijaban los sueldos, los horarios laborales y decidían quienes podían o no trabajar en sus establecimientos; sin que existiera la menor protección por parte del Estado para aquellos que sufrían en sus carnes la opresión de un capitalismo desaforado y, evidentemente, injusto y antisocial.
Si nos remontamos a la Edad Media, nos encontramos con los burgos o grandes castillos medievales a cargo de señores feudales, pequeños reinos bajo el omnímodo poder de los nobles “castellanos”, podremos observar perfectamente diferenciados a aquellos campesinos que labraban los campos para el dueño del castillo que residían “ extra muros” y que se refugiaban bajo la protección de las murallas en caso de peligro; de los que fueron denominados como “burgueses” integrados por artesanos, comerciantes, artistas, comediantes, amanuenses, escribanos,.físicos ( médicos), curanderos, constructores, saca muelas y toda una serie de personas de diversas profesiones a las que, hoy en día, podríamos clasificar en lo que tradicionalmente se entiende como Clase Media; que residían “intra muros”, sometidos a la autoridad religiosa de la Iglesia y la suprema autoridad del noble dueño y gobernador de aquellas tierras y, por supuesto, del propio castillo. La división de clases estaba perfectamente definida y cada una de ellas tenía su propia autonomía y funciones.
Durante muchos años se mantuvo una clara diferenciación entre lo que eran trabajadores manuales, obreros sin formación, generalmente analfabetos, encargados de los trabajos más duros y pesados, de aquellas otras profesiones que englobaban a los oficios artesanos, los maestros constructores, los miembros de la Justicia y, en fin, todos aquellos que tenían sus propios oficios, los escritores, artistas, las profesiones liberales y un largo etcétera, que se ganaban la vida trabajando para su propio provecho o por cuenta de otros de los que percibían una remuneración o salario. No obstante, a medida que las técnicas han ido avanzado, que ha irrumpido la informática y que las ciencias han revolucionado el mundo laboral, por medio de la aplicación de las nuevas técnicas digitales tanto en el comercio, como en los despachos y oficinas (con la irrupción de la ofimática) o en la industria, con la robotización de la mayoría de sus tareas, se ha producido la necesidad de la especialización para aquellos cometidos que han sido sustituidos por la mecanización, con la consecuencia de que, cada día son menos los trabajadores asignados a los trabajos manuales, más pesados o peligrosos. La llamada clase media ha crecido por abajo, con la incorporación de trabajadores especializados que perciben salarios adecuados a su nueva situación y, a la vez, por arriba, a consecuencia de las sustanciosas remuneraciones percibidas por algunos asalariados (directores de bancos etc.) a los que, la globalización ha llevado sobrepasar en ganancias a los grandes propietarios, empresarios, magnates y demás ricachones, habitualmente considerados de la clase alta, la élite del dinero y las finanzas.
Usando un símil musical podríamos decir que existe una clase media en “modo menor”, recién incorporada, y otra en “modo mayor” representada por aquellos cuyos emolumentos hacen que se puedan considerar como ricos. En medio, los tradicionales componentes, los viejos oficios de pequeños comerciante, autónomos, profesores, y todos aquellos cuyos salarios, si bien algo superiores a la clase obrera (condenada a desapareces debido a los avances técnicos) apenas les permitían llevar una vida digna, atender a los pagos de las hipotecas de sus viviendas y pagar las cuentas de los colegios de los niños, En verano algún viajecito familiar, para descansar y descargarse del stress del resto del año. Es este sector el verdaderamente afectado por la crisis; el que ha tenido que ceñirse el cinturón y hacer verdaderos equilibrios para poder mantenerse, aunque sea precariamente, y el que, en muchas ocasiones, ha sido la víctima propiciatoria de los ERE’s; el descenso de la demanda o los recortes salariales, que han conseguido situarlos al borde de la quiebra familiar cuando no, a consecuencia de los despidos, se hayan visto obligados a renunciar a su modelo de vida, para acostumbrarse a las penalidades de la pobreza.
Escuchamos, a veces, en las tertulias de radio y TV, quejarse a muchos señores que cobran salarios millonarios, de los aumentos del IRPF, lamentándose de que personas que “sólo” perciben emolumentos de 60, 70, 80 o 100 mil euros anuales sean objeto de nuevos aumentos fiscales. Pues, señores, no veo la razón de que, a estos señores, por mucho que se consideren clase media, les asista la menor razón para quejarse, porque si se molestan en mirar hacia abajo se darán cuenta de que existen muchos millones de personas de la clase media que se darían con un canto en los dientes, aunque tuvieran que pagar más impuestos, de percibir tales cantidades.
Si nunca se han quejado, anteriormente, ha sido porque los verdaderos efectos de la crisis, si descontamos a los 6’2 millones de personas en paro que, sin duda, son los más perjudicados, ha recaído en esta franja intermedia de la clase media. Y es que, la solidaridad para ellos sólo llega cuando son otros los encargados de sacrificarse o de colaborar; no obstante, cuando ven peligrar sus peculios, cuando les toca a ellos aportar su óbolo para el bien común, entonces no tienen inconveniente en criticar al Gobierno; quejarse de que se les apliquen más impuestos y de que no se les aumenten a los que, todavía son más ricos que ellos.
Mason Cooley, profesor adjunto de la Universidad de Columbia, ingenioso creador de proverbios, decía así: “la hipocresía es la parte externa del cinismo”. Mucho nos tememos que, uno de los mayores problemas que tiene este país sea, sin duda, el afán de muchos de escurrir el bulto, cuando les toca a ellos contribuir. O eso es, señores, lo que pienso yo