La tumba vacía
Ángel Gutiérrez Sanz. Autor del libro REFLEXIONES DE UN CRISTIANO DE A PIE. Es evidente que la vida del hombre por su afán de superación, se distingue del resto de los seres vivientes . La humana existencia siempre ha sido una gran tribulación, donde no han faltado dificultades; pero tampoco el ánimo de combatirlas, por eso a lo largo de los siglos se han ido buscando soluciones a los problemas que se presentaban, remedio a las necesidades y cura a las enfermedades que nos aquejaban. Hemos vivimos con el convencimiento de que todo tiene algún tipo de arreglo en esta vida, todo menos la muerte. Es aquí donde han acabado estrellándose todas las esperanzas humanas y no es porque el hombre no lo haya intentado.
“Dar muerte a la muerte” ha sido una de sus principales aspiraciones, como lo fue acabar con la tuberculosis y lo está siendo hoy vencer al cáncer o al sida, sabiendo que tarde o temprano se conseguirá; pero el mal de la muerte es otra cosa. A la muerte no se la puede dar muerte, es imposible, porque ya está muerta. Es como si intentáramos extinguir la llama de una vela apagada. A la muerte ni siquiera podemos definirla, a lo más decir, que es negación de la vida, pero cuando esto decimos estamos incardinando el misterio de la muerte al misterio de la vida y a partir de aquí surgen las preguntas inquietantes e inevitables. Si la vida por definición excluye la muerte ¿ por qué entonces la vida no perdura para siempre? Si lo positivo es más fuerte que lo negativo ¿Que tipo de vida es la nuestra que se siente amenazada por algo tan negativo como la muerte? Si la vida es vida y nada más que vida ¿Por qué resquicio se cuela la muerte? ¿ Por qué todos hemos de morir un día, siendo así que no hay ningún principio físico ni metafísico que así lo exija? Todas estas preguntas y muchas más se las han hecho los filósofos. Todas estas preguntas nos las seguimos haciendo hoy.
Las disquisiciones en clave filosófica sobre este tema no dejan de ser interesantes ; pero hemos de renunciar a ellas, porque el hombre moderno no tiene oído para la filosofía, solo sabe interpretar el lenguaje de los hechos y lo que éstos parecen decirnos todos los días es que la muerte es un viaje sin retorno del cual nadie ha regresado jamás; pero esto está lejos de ser un evidencia histórica, al contrario, lo que hoy la historia ratifica con fuerza es que hace 20 siglos tuvo lugar en nuestro mundo un acontecimiento sorprendente, que nos remite a una Tumba Vacía, de la que salió un muerto, llamado Jesús el Nazareno para nunca más regresar a ella. La investigación histórica, dispone hoy de variedad de medios, documentos y recursos para comprobar que así fue. La historia ha avanzado tanto que puede reconstruir con exactitud y certeza acontecimientos del pasado. De hecho hace unos días éramos testigos de cómo se desvelaba el misterio del lugar exacto en donde había sido enterrado Miguel de Cervantes. Si el relato evangélico de la muerte y resurrección de Cristo no respondiera a la realidad, es bien seguro que los ataques anticristianos hace tiempo habrían acabado desmantelando la trama.
Son tantos y tan unánimes los testimonios, las pruebas tan contundentes, las piezas del puzle encajan tan milimétricamente, que no dejan lugar a duda alguna. Lo que sorprende es la resistencia obstinada de la conciencia moderna a admitirlos. Es como si a falta de la prueba del ADN lo demás no contara para nada. Ni siquiera es suficiente con que el más testarudo de todos los incrédulos, Tomás, se rindiera a la evidencia después de ver satisfechas sus rigurosas exigencias de verificación , metiendo sus dedos en las llagas del Crucificado y verlos manchados de sangre. ¿ A qué tipo de evidencias históricas está esperando el hombre moderno, para dar por buena y suficientemente comprobada la resurrección de Jesucristo? ¿ por qué permanece impasible ante un suceso constatado, que condiciona el destino de la historia humana?
Verdad es que desde la perspectiva humana no existe la certeza de que lo que sucedió con Jesucristo tenga que suceder con el resto de los mortales , cierto que la resurrección de los muertos desborda las posibilidades de este mundo y cae fuera del dominio de la ciencia. Que esto haya de ser así sólo lo sabemos por fe ; pero no por ello deja de ser razonable y coherente, si tenemos en cuenta la promesa hecha por quien tiene potestad para ello, después de haber demostrado fehacientemente estar dispuesto a todo con tal de liberarnos del pecado y de la muerte. No estamos solos, de ello podemos estar seguros. En nuestro particular sendero de la cruz y de la muerte nos acompaña Jesús caminando a nuestro lado y si esto es así, lo lógico es pensar que también le tendremos de compañero en la Vía de la Luz, cuando todas nuestras angustias y nuestros miedos hayan pasado.
Ante la presencia del Sepulcro Vacio recobramos las ilusiones perdidas y vuelven a cobrar sentido las ansias infinitas de inmortalidad del género humano, que nunca se resignó a la muerte. Al abrirse el sepulcro de Jesús, se abrieron también las tumbas de todos los muertos, fue el momento en que renació la esperanza de que nuestro morir no es un morir para siempre. Este es el sentido de la Pascua que debería llenar nuestro espíritu de júbilo. Es así como sobre la fría losa en que Jesús yacía ha venido a desvelarse el misterio más alto del Dios que da la vida, del Dios de la Pascua, que desciende a la tierra como ángel de luz para descorrer la losa que a todos nos aplastaba.
A partir de aquí ya es más fácil afrontar preguntas como las que nos hacíamos al principio, que son las que la humanidad lleva haciéndose millones de años, a partir de aquí es obligado reconocer que humanismos así acaban levantando el ánimo hasta al más pesimista, lo malo es que sigue habiendo muchos que piensan que todo esto es demasiado bonito para que pueda ser real, lo malo es que los que nos llamamos creyentes no acabamos de creérnoslo del todo; lo malo es que lo que llevamos impreso en nuestros rostros no es esa alegría contagiosa del Cristo Resucitado, sino que lo que nuestros ojos reflejan sigue siendo el mido aldolor, la enfermedad y la muerte; por eso yo me atrevería a decir que las cosas aún han de cambiar mucho en nuestras vidas, por eso pienso que a nuestro cristianismo aún le falta mucho camino por recorrer. Todo sería diferente si los cristianos saliéramos de la madriguera de nuestros miedos y nos atreviéramos a vivir inmersos en la paz y en el gozo de la Pascua , si así fuera, probablemente los que no son cristianos comenzarían a sentir la necesidad de serlo. Yo no acabo de comprender por qué los cristianos nos identificamos más con en el Cristo doliente que sufre y muere, que con el Cristo triunfante saliendo de la tumba. Es un hecho que la representación de Cristo yacente nos infunde emotiva compasión y nos arranca lágrimas de dolor, pero no lloramos de gozo al ver a Cristo Resucitado. ¿Será porque el duelo y la muerte es una realidad que palpamos y conocemos de cerca en este valle de lágrimas, “una mala noche en una mala posada”, como decía Sta. Teresa, mientras que el gozo intenso y duradero sólo es una promesa ? En cualquier caso la Pascua es ya un anticipo del gozo que nos espera y el recuerdo de Cristo Resucitado saliendo de la tumba es motivo suficiente para gritar al mundo ¡Aleluya… Aleluya!