Gonzalo Dívar. Para empezar quiero dar gracias a aquel que me está dando la oportunidad de teclear estas líneas en el diario ya.
La verdad es que uno se pone a escribir y no sabe qué va a salir. Respeto mucho a todas las personas que escriben, y supongo que será porque leen o han leído. Demasiada presunción, pensarán algunos… De pequeños, siempre jugábamos a ser mayores y a los médicos; allí nunca había ningún periodista ni escritor, pero a partir de ahora y semana tras semana intentaré vestirme de tal, con la consecuente historia que contaré u opinión que desarrollaré. Cuando tenía 17 años, el profesor de filosofía me dijo que “gimnasio es a corpezuelo como lectura a inteligencia”. Es una de las frases que más marcó mi etapa del Colegio. Y desde ahí, a cada uno de mis deseos de escribir, todo ente al que pedía opinión me decía: antes hay que leer mucho. No sé si mi tiempo ha llegado o si en estos mares a mi ni se me espera, pero me lanzo sin ningún tipo de experiencia.
Por otro lado, pienso que siempre que emprendemos nuevos caminos, tenemos
que echar la vista atrás y pensar en aquellos que han hecho posible, sea por lo que fuere, que estemos donde estemos. La historia nunca fue amable para mi, por mucho que se empeñara D. José María en sus clases, pero cuando vas madurando(a paso lento) te das cuenta de las cosas que has ido dejándote en el tintero a lo largo de tus años de vida. Una de ellas, para mi, es la historia.Como decía, mirando atrás, veo la perfecta silueta de dos héroes silenciosos: una me llevó 9 meses dentro de sí (es difícil comprender cómo aguantamos, tanto ella como yo); el otro lleva 21 años financiando mi vida, y esperemos que no sea a fondo perdido, aunque de eso me encargaré yo. Gracias a ellos todo siempre sale adelante y no quería empezar esta “aventura” sin acordarme de los que verdaderamente han hecho esto posible, sin los cuales yo no sería nada ahora
mismo.
A esos héroes silenciosos, muchas gracias.