La voz de serrín al fondo
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Juan Carlos Blanco “Parecemos empeñados todos en volver con reiteración la mirada sobre nuestros propios pasos, sometiendo a examen nuestros hechos pasados que nos dejan un sabor agridulce en la boca y que nunca terminan de parecernos lo bastante determinantes, ni convenientes. Como si nada de lo que hiciéramos resultase definitivo y pudiera volverse contra nosotros mismos a la menor vacilación y todo permaneciese en un limbo abstracto que nos inquieta un tanto y que nos impide conciliar largamente el sueño”. El olor del papel antiguo y de la tinta suspendiéndose en la estancia tan amplia, el café humeando con alguna pausa, el golpeteo de la lluvia contra el cristal mojado dotando a la habitación de una suerte de murmullo monótono que parecía resultar conveniente a los ojos de Fred, la voz de serrín de McCartney actuando de lenitivo reconfortante, ese asidero último al que agarrarnos llegado el caso, si vienen mal dadas. Como lugar oculto a los ojos de los demás donde poder guarecerse de la mucha lluvia, su voz tan inconfundible y el rasgueo de la guitarra. El Hofner sonando detrás, al fondo. “Parecemos impelidos todos a comportarnos de una manera determinada y previamente pactada por unos cuantos, y que los demás seguimos sin preguntarnos apenas sobre su conveniencia o necesidad cierta de que nos abandonemos tantos sin oponer resistencia alguna, la actitud gregaria y contemplativa que conduce al ensimismamiento y que no nos permite mirar más lejos, al cabo de unos cuantos cientos de metros, donde la oscuridad disminuye”. Un haz de luz penetrando por el cristal empapado de agua, de pronto se abría una brecha en la espesura de nubes, el color acerado del cielo permitiendo la claridad momentánea que se derramaba con alguna blandura. Ahora sonaba Bluebird en el tocadiscos, Touch your lips with a magic Kiss, and you´ll be a Bluebird too, and you´ll know what love can do..., un último trago del café entibiado, sus dedos asiendo la taza de porcelana con distracción evidente, el pensamiento y la memoria sumergidos en algún recuerdo extemporáneo que lo alejaba infatigablemente de la habitación en que en verdad se encontraba. “Y muchos de los más grandes ya pagaron por ello, en realidad. Con la propia piel y con el brillo de su mirada que permaneció apagada desde el instante justo en que decidieron oponerse a lo que nos viene dado, a todos, desde la cuna; desde el momento preciso en que se armaron de valor y decidieron levantar la mirada y posarla en algún lugar mucho más alejado, distanciado enteramente de lo que se hallara más cerca, junto a los propios pies”. Dumm, dumm, dumm… el Hofner violín retumbando en la estancia tan amplia, melódico y desafiante, si se entiende lo que quiero decir, el movimiento que necesitas está en tu hombro, dumm, dumm, dumm. “Es la condición propia del ser humano –farfulló Fred, contrito-. Lo que nos hace diferentes al agachar la mirada o al levantarla con orgullosa insistencia. Enfrentándonos contra todos los que se opongan a nuestros verdaderos designios, dispuestos a entregar la totalidad de nuestra energía y al fin nuestra propia vida, al entablar el combate. Que siempre se pierde, rara es la ocasión en que se puede erguir la frente y mirar en redondo con la satisfacción cierta de haber vencido a los muchos fantasmas que nos rodean, los que se llevan siempre encima y casi nunca se alejan, los que comparten nuestras vivencias y condicionan la mayoría de nuestros pasos tan desnortados”.
Y bebió Fred un trago último de la bebida antes de empujar la taza hacia el extremo zurdo de la tablazón de madera, sus manos rebuscando en el interior del cajón situado junto a sus piernas, hasta encontrar el sobre blanco de mediano tamaño que situó ante sus ojos con algún empeño, como necesitado de la contemplación sentenciosa de lo que hubiera en el interior. Y por fin extrajo una enorme instantánea en blanco y negro, de mediados de los años sesenta, el entonces muy joven y desgreñado Beatle posando junto a la que era su novia en ese momento, Jane Asher (Beat) sonriendo con generosidad impostada, detrás de ellos el escaparate muy ostentoso de una librería antigua, como si se ocupara de lo que en realidad forma parte indisoluble de la misma cosa, libros, música, pintura, memoria…