Laicos, es decir, cristianos
Benedicto XVI
Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, queridos hermanos y hermanas:
Me alegra encontrarme con todos vosotros, miembros y consultores del Consejo pontificio para los laicos, reunidos para la XXV asamblea plenaria. Saludo en particular al cardenal Stanisław Ryłko y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como a monseñor Josef Clemens, secretario. Dirijo a todos una cordial bienvenida, de modo especial a los fieles laicos, mujeres y hombres, que componen el dicasterio. Durante el período transcurrido desde la última asamblea plenaria os habéis comprometido en varias iniciativas, ya mencionadas por su eminencia. Yo también quiero recordar el Congreso para los fieles laicos de Asia y la Jornada mundial de la juventud de Madrid. Fueron momentos muy intensos de fe y de vida eclesial, importantes también desde la perspectiva de los grandes acontecimientos eclesiales que celebraremos el año próximo: la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización y la apertura del Año de la fe.
El Congreso para los laicos de Asia se organizó el año pasado en Seúl, con la ayuda de la Iglesia que está en Corea, sobre el tema «Anunciar a Jesucristo en Asia hoy». En el vastísimo continente asiático se encuentran pueblos, culturas y religiones diversos, de origen antiguo, pero el anuncio cristiano sólo ha llegado hasta ahora a una pequeña minoría, que a menudo —como ha dicho usted, eminencia— vive la fe en un contexto difícil, a veces de verdadera persecución. El congreso brindó a los fieles laicos, a las asociaciones, a los movimientos y a las nuevas comunidades que actúan en Asia, la ocasión de reforzar el compromiso y la valentía de la misión. Estos hermanos nuestros testimonian de modo admirable su adhesión a Cristo, dejando entrever que en Asia, gracias a su fe, se están abriendo para la Iglesia del tercer milenio amplios escenarios de evangelización. Aprecio que el Consejo pontificio para los laicos esté organizando un Congreso análogo para los laicos de África, que se celebrará el año próximo en Camerún. Esos encuentros continentales son muy valiosos para dar impulso a la obra de evangelización, para fortalecer la unidad y para consolidar cada vez más los vínculos entre las Iglesias particulares y la Iglesia universal.
Quiero, asimismo, llamar vuestra atención sobre la última Jornada mundial de la juventud celebrada en Madrid. El tema, como sabemos, era la fe: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). Y en verdad pude contemplar una multitud inmensa de jóvenes, que acudieron con entusiasmo de todo el mundo para encontrarse con el Señor y vivir la fraternidad universal. Una extraordinaria cascada de luz, de alegría y de esperanza iluminó Madrid, y no sólo Madrid, sino también la vieja Europa y el mundo entero, proponiendo nuevamente de modo claro la actualidad de la búsqueda de Dios. Nadie pudo permanecer indiferente, nadie pudo pensar que la cuestión de Dios sea irrelevante para el hombre de hoy. Los jóvenes de todo el mundo esperan con ilusión poder celebrar las Jornadas mundiales dedicadas a ellos y sé que ya estáis trabajando con vistas a la cita en Río de Janeiro en 2013.
Al respecto, me parece particularmente importante haber querido afrontar este año, en la asamblea plenaria, el tema de Dios: «La cuestión de Dios hoy». Nunca deberíamos cansarnos de volver a proponer esa pregunta, de «recomenzar desde Dios», para devolver al hombre la totalidad de sus dimensiones, su plena dignidad. De hecho, una mentalidad que se ha ido difundiendo en nuestro tiempo, renunciando a cualquier referencia a lo trascendente, se ha mostrado incapaz de comprender y preservar lo humano. La difusión de esta mentalidad ha generado la crisis que vivimos hoy, que es crisis de significado y de valores, antes que crisis económica y social. El hombre que busca vivir sólo de forma positivista, en lo calculable y en lo mensurable, al final queda sofocado. En este marco, la cuestión de Dios es, en cierto sentido, «la cuestión de las cuestiones». Nos remite a las preguntas fundamentales del hombre, a las aspiraciones a la verdad, la felicidad y a la libertad ínsitas en su corazón, que tienden a realizarse. El hombre que despierta en sí mismo la pregunta sobre Dios se abre a la esperanza, a una esperanza fiable, por la que vale la pena afrontar el cansancio del camino en el presente (cf. Spe salvi, 1).
Pero, ¿cómo despertar la pregunta sobre Dios, para que sea la cuestión fundamental? Queridos amigos, si es verdad que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona» (Deus caritas est, 1), la cuestión sobre Dios se despierta en el encuentro con quien tiene el don de la fe, con quien tiene una relación vital con el Señor. A Dios se lo conoce a través de hombres y mujeres que lo conocen: el camino hacia él pasa, de modo concreto, a través de quien ya lo ha encontrado. Aquí es particularmente importante vuestro papel de fieles laicos. Como afirma la Christifideles laici, esta es vuestra vocación específica: en la misión de la Iglesia «los fieles laicos ocupan un puesto concreto, a causa de su “índole secular”, que los compromete, con modos propios e insustituibles, en la animación cristiana del orden temporal» (n. 36). Estáis llamados a dar un testimonio transparente de la importancia de la cuestión de Dios en todos los campos del pensamiento y de la acción. En la familia, en el trabajo, así como en la pólítica y en la economía, el hombre contemporáneo necesita ver con sus propios ojos y palpar con sus propias manos que con Dios o sin Dios todo cambia.
Pero el desafío de una mentalidad cerrada a lo trascendente obliga también a los propios cristianos a volver de modo más decidido a la centralidad de Dios. A veces nos hemos esforzado para que la presencia de los cristianos en el ámbito social, en la política o en la economía resultara más incisiva, y tal vez no nos hemos preocupado igualmente por la solidez de su fe, como si fuera un dato adquirido una vez para siempre. En realidad, los cristianos no habitan un planeta lejano, inmune de las «enfermedades» del mundo, sino que comparten las turbaciones, la desorientación y las dificultades de su tiempo. Por eso, no es menos urgente volver a proponer la cuestión de Dios también en el mismo tejido eclesial. ¡Cuántas veces, a pesar de declararse cristianos, de hecho Dios no es el punto de referencia central en el modo de pensar y de actuar, en las opciones fundamentales de la vida. La primera respuesta al gran desafío de nuestro tiempo es, por lo tanto, la profunda conversión de nuestro corazón, para que el Bautismo que nos ha hecho luz del mundo y sal de la tierra pueda realmente transformarnos.
Queridos amigos, la misión de la Iglesia necesita la aportación de todos y cada uno de sus miembros, especialmente de los fieles laicos. En los ambientes de vida en donde el Señor os ha llamado, sed testigos valientes del Dios de Jesucristo, viviendo vuestro Bautismo. Por esto os encomiendo a la intercesión de la santísima Virgen María, Madre de todos los pueblos, y de corazón os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica. Gracias.