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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

Las borrosas fronteras de la legalidad

Manuel Parra Celaya. Confieso que no lo entiendo. Sigo un coloquio por radio sobre la declaración de intenciones que el Parlamento catalán, de abrumadora mayoría separatista, ha lanzado como un trágala a todos los españoles conscientes, y un comentarista afirma que mientras se limite a eso, a las intenciones  -que podría asimilarse en términos jurídicos como un proyecto no de ley-nadie puede intervenir porque no constituye delito.

   Inmediatamente, desempolvo de mi biblioteca el texto de la Constitución  del 78 (edición de C. Vivar Pi-Sunyer, profesor adjunto de Teoría del Estado de la Universidad de Barcelona) y leo en el preámbulo que “La Nación española…, en uso de su soberanía, proclama la voluntad de… consolidar el Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley…” En el artículo 1º me parece leer también que “la soberanía nacional reside en el pueblo español”; como no acabo de fiarme, acudo al artículo 2º. 2, que afirma textualmente que “la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles…”
 
  En su introducción al libro de mi consulta, el profesor C. Vivar Pi-Sunyer había dicho categóricamente que la Constitución es la norma de las normas, la norma suprema y fundamental de todo el ordenamiento jurídico, la norma que está por encima de todas las normas (…) y deben someterse (todas las demás) de modo que si alguna de estas normas contraviniese lo establecido en la Constitución debería ser inmediatamente anulada o modificada.
 
    Parece claro, ¿no? Pues yo me he hecho un lío.
     
     Veamos. Tengo pensado publicar una carta al director de un diario de mi ciudad mi intención de asaltar un banco el próximo jueves, con toma de rehenes y petición de que, para liberarlos, me espere en El Prat un avión con el depósito lleno para largarme con el botín a Pernambuco, pongamos por caso. Es evidente que la policía esperará pacientemente a ese día por si no se convierten en realidad mis aspiraciones aún no delictivas, pero no seré molestado en lo más mínimo ni, el jueves, los coches patrulla tendrán tomada las calles circundantes hasta que me cubra la cara con una media y empuñe una pistola en la entrada de la sucursal de mis amores.
 
     O, sin ir tan lejos en mis aspiraciones, consigo que me entrevisten en una televisión local y largo a los telespectadores que, a partir del día siguiente, no pienso respetar ningún stop a mi paso. Pues nada, los agentes de tráfico resolverán crucigramas para matar el tiempo hasta mañana. Lo mismo si afirmo que, desde hoy, fumaré impunemente en restaurantes, bares y salas de espera de la Seguridad Social.
 
     Bastante absurdo. O codornicesco, para lectores que recuerden aquello de la revista más audaz para el lector más inteligente. Pues, al parecer, la inteligencia en España se ha vuelto menos común que el sentido así llamado.
 
    El separatismo  -que no independentismo  ni soberanismo, no me cansaré de repetirlo- campa por sus anchas sin que nadie se alarme. La Constitución es papel mojado y han dimitido las funciones de quienes tienen a su cargo su observancia y cumplimiento; las funciones, no los titulares, por supuesto.
 
   Cuando el omnipotente Sr. Mas, apoyado por el no menos omnipotente Sr. Junqueras, convoque el referéndum soberanista, estoy convencido de que tampoco será considerado delito. Cuando las tres promociones formadas desde y por el separatismo concurran a votar, acompañados de inmigrantes con y sin papeles, a quienes se ha convencido de que vivirán en la opulencia catalanista y no en la crisis española y europea, tampoco levantará nadie los ojos y el corazón para impedirlo con la ley en su mano.
 
   Y cuando el Sr. Junqueras  -que ya no el Sr. Mas, pobrecito- se asome al balcón de la Generalitat para proclamar el Estado catalán, lo máximo a que llegarán las autoridades de España es a pedirle acta por duplicado de los acuerdos de separación, siempre y cuando se haya hecho de forma pacífica y sin cops de falç.
 
  No sé dónde he oído aquello de que para que triunfe el mal, solo hace falta que los buenos no hagan nada. Lo único es que no encuentro a los buenos por ningún sitio.