Las heridas abiertas del hombre
José Fernández Crespo
La semana pasada las intensas lluvias han provocado cerca de 1.000 víctimas en el sudeste de Brasil, en el Estado de Río de Janeiro, a causa de las inundaciones y los deslizamientos de tierra producidos en la región montañosa de Serrana. Según un primer balance de la Protección Civil Brasileña, la tragedia ha dejado más de diez mil personas sin techo. Gran parte de las zonas afectadas pertenecen a la Diócesis de Petrópolis, cuyo obispo titular es Monseñor Filippo Santoro.
La realidad de este desastre es mucho más dura de lo que aparece en las imágenes de la televisión y de la prensa. La destrucción tiene tal alcance que es como si se hubiera tratado de un terremoto. Las primeras valoraciones de esta tragedia apuntan, como en la mayor parte de las grandes urbes y pueblos latinoamericanos, a la ocupación irresponsable de las laderas de los ríos y a la falta de planificación urbana para las viviendas de los más pobres que viven en estos lugares de riesgo. El Gobierno de Brasil estima que existen cinco millones de personas habitando áreas de riesgo por deslizamiento o inundaciones. Si a esto le sumamos la propia acción del hombre en la naturaleza (tala de árboles indiscriminada, falta de cauces y desviaciones en los ríos…) es fácil pensar que esta catástrofe era predecible.
Como afirma Monseñor Filippo Santoro tras su visita a las áreas afectadas por las inundaciones, donde ha puesto a disposición todos los edificios parroquiales de la diócesis para acoger a los evacuados, y donde se prestan los primeros auxilios y se distribuyen los bienes de primera necesidad, “estamos ante el peor desastre ocurrido en la historia de Brasil”. Santoro señala que "todavía quedan muchas zonas aisladas porque las riadas han bloqueado los accesos. Sé que allí viven personas pero es difícil llegar hasta ellas. Junto con los bomberos, los sacerdotes y las comunidades estamos intentando ayudar a todos".
Pero, como afirma el obispo, “el drama más profundo, incluso que la propia catástrofe, es darnos cuenta de la gran fragilidad del hombre”. “El drama nos sacude y automáticamente provoca la solidaridad y plantea las preguntas más profundas, que en muchas ocasiones nuestra sociedad censura”. Porque la herida de los fallecidos ¿quién la curará? Sería triste dejarnos arrastrar por la rutina y pasar la página, tal vez esperando que en los medios dejen de aparecer catástrofes. Por eso, Monseñor Santoro ha pedido ayuda a diferentes instituciones de Iglesia y ONGs católicas como CESAL, para poder atender a las miles de personas que se han visto afectadas y canalizar las futuras acciones de reconstrucción en la zona.
Cuenta Corriente de CESAL:
0049-0001-56-2010058858
(Señalar en el concepto Emergencia Brasil e incorporar nombre completo, nif y provincia del donante).