Principal

Diario YA


 

Las noticias de nuestra vida

Manuel María Bru. 8 de marzo.

Para los que nos dedicamos a la información, la actualidad es a la vez el objeto y la herramienta principal de nuestro trabajo. A veces la actualidad manda por si misma, y a veces es la oportunidad -por eso es herramienta- para poder contar -informando y opinando- aquellas realidades que permanecen más allá de lo efímero de una noticia, y que interesan –nos interesan a nosotros mismos antes que a nadie- hasta el punto de que nos ayudan no a “tener más”, ni siquiera sólo a “saber más”, sino que nos ayudan a “ser más”, a ser más nosotros mismos. Cuando además tenemos la suerte -gracia en cristiano- de dedicarnos a la información religiosa, ocurre aquello que mi amigo Álvaro Real decía con maestría: que se nos pide nada menos que tocar el halo del Misterio en la vida de los hombres, y contar con sencillez los acontecimientos, las experiencias, los testimonios de esta vida, y no superficiales chismes de sacristía.

Pero les confieso que a veces nos vemos ante una encrucijada maravillosa, la de tener que informar de cosas que nos afectan muy personalmente, que tocan nuestro ser más profundo, porque, gracias a Dios, son noticias de las que tenemos no sólo un conocimiento suficientemente amplio, sino que amamos apasionadamente. El problema no está en esa absurda idea de la neutralidad subjetiva de la información, como si amar algo te impidiese conocerlo y contarlo mejor que manteniéndose a distancia o despreciándolo. El problema esta en como transmitir, limitados por los formatos de la información, lo que yo llamaría “las noticias de nuestra vida”. Por ejemplo: ¿cómo contar hoy que miles de jóvenes hacen la Javierada, sin contar que cuando a mis 14 años llegué a ver el Castillo de Javier un segundo domingo de cuaresma como hoy, nació en mi una pasión inacabada por la Iglesia misionera? O, ¿cómo pude en antena contar la marcha al Paraíso, hace cuatro años, de Juan Pablo II, o hace un año, de Chiara Lubich, sin transmitir, de alguna forma, que sin ambos gigantes de la Iglesia contemporánea mi vida habría sido completamente distinta? O, ¿cómo no contar, con ocasión de la celebración dentro de unos días del 50 aniversario del Movimiento de Los Focolares en España, que precisamente fue esta presencia la que hizo posible que yo encontrase, además de un haz de amigos a prueba de bomba, una mirada sobre Dios, la Iglesia, y el hombre, que no cambiaría por nada de este mundo? Al final, como sacerdote y como periodista, hay algo que tengo claro: que no transmitimos, gracias a Dios, la coherencia, siempre débil, sino el humilde anhelo por lo buscado y el sorprendente asombro por lo encontrado. Que transmitimos sólo lo que vivimos, lo que amamos apasionadamente, hasta llegar a hacer, de toda noticia eclesial, la noticia de nuestra vida.    

 

Etiquetas:Manuel María Bru