Las sombras de la intervención aliada en Libia
Miguel Massanet Bosch
Tal y como era previsible que ocurriera, esta coalición de naciones que decidió valerse de la autorización de la ONU para intervenir militarmente en Libia, está empezando a demostrar sus carencia de coordinación; que no falta de medios materiales, armamento, desplazamiento de tropas y gran despliegue propagandístico, encaminado a convencer a cuantos incautos estuvieren dispuestos a comulgar con ruedas de molino de que sólo se trataba de salvar las vidas de unos ciudadanos inermes ante la fuerza omnímoda del señor Gadafi; Un señor que, por raro que pueda parecer, ya lleva 41 años en el poder y, para mayor vergüenza de estos que ahora lo aborrecen y están dispuestos a masacrarle para el bien de loa población Libia, fue recibido a bombo y platillos en París, Roma y Madrid, acompañado de su séquito, sus guardaespaldas femeninas y sus esplendorosas “jaimas”, con las que sustituía los hoteles de súper lujo de sus hermanos musulmanes de otros países islámicos. Hasta un obsequioso señor Gallardón le entregó la llave de oro de la ciudad, en un gesto de bienvenida como si, en lugar de un terrorista de la peor calaña y de un sujeto que ordenó el derribo de dos aviones de pasajeros; se tratara de un benefactor de la Humanidad. Claro que tenía pozos de petróleo y esto es la mejor recomendación en un mundo en el que nos movemos alrededor de este combustible.
La hipocresía de occidente en todo este tema sólo puede comparase con la de los EE.UU. y de su señor presidente, el señor Obama, que siempre han sabido utilizar a la desvalorizada ONU para buscar arrimar el ascua a su sardina, sin preocuparse, como parece que está sucediendo ahora, de ajustarse “estrictamente” a los términos de las autorizaciones emitidas por aquel organismo; para lo cual, como parece ser costumbre de aquellos que presumen de cumplir las leyes y, por si fuera poco, se alarman y se enfurecen si otros países se salen de las reglas que ellos mismo se encargan en imponer; no dudan en poner en funcionamiento sus agencias secretas que, como la CIA, tienen métodos expeditivos, nada ortodoxos y, evidentemente, no se preocupan de actuar dentro del ámbito de las leyes federales, ya que disponen de lo que, anteriormente, se conocía como “patente de corso”; para solucionar, de forma sui generis, asuntos que pueden resultar incómodos a los políticos y, en especial, al propio Departamento de Estado de la nación americana.
Lo que, en un principio, se votó en la ONU fue una resolución en la que abstuvieron Rusia, China, Brasil y Alemania, por la que se ordenaba una misión para establecer “una zona de exclusión aérea” en Libia con el fin de evitar que, las huestes del señor Gadafi, se aprovechasen de estar mejor pertrechadas y armadas para cometer una masacre de ciudadanos libios que huían despavoridos intentando alcanzar las fronteras y refugiarse en Túnez donde, a pesar de sus problemas internos, eran recibidos humanitariamente. El entusiasmo con el que se pusieron a la tarea el señor Sarkozy, de Francia, en un intento de recobrar la confianza de los franceses después de haber perdido todo el prestigio que lo elevó al Elíseo; el señor Rodríguez Zapatero que, todavía en situación más crítica que el mandatario francés, está pasando por las Horcas Caudinas del desafecto de la población, la falta de confianza de quienes se fiaron una vez de él y la irritación de los propios militantes de su propio partido, el PSOE, (para quienes se ha convertido en un estorbo, en unos momentos preelectorales en los que, su presencia, les resulta incómoda); hacía pensar que, bajo la batuta de los EE.UU. y la decidida colaboración de España, Francia e Inglaterra ( Cameron tiene problemas a causa de sus drásticos recortes, que le han restado popularidad entre su pueblo) el impedir que el señor Gadafi traspasase con sus aviones la línea de exclusión del territorio aéreo que se había fijado y, en consecuencia, que la actividad militar del dictador libio iba a quedar cortada de raíz sería algo de coser y cantar. Como suele ocurrir cuando no se toman en cuenta todas las variables que pueden dar al traste con una acción militar; no ha salido tal y cual había sido previsto y el señor Gadafi, después de una retirada estratégica, de reagrupar a sus fuerzas y rearmarlas convenientemente, las ha lanzado, con nuevos bríos sobre la masa desorganizada, mal pertrechada y menos entrenada que se le enfrentaba y ha recobrado, en sólo dos días, todo lo que había perdido en los días anteriores. En fin, que lo de Libia, por mucho que la coalición lo quiera obviar, no es más que una guerra civil en la que se enfrentan, con diversa suerte militar, dos facciones rivales de una nación. Una situación incómoda para los llamados “salvadores” ya que ahora se verán en la obligación de optar por uno de los bandos ya que la masacre se detuvo y ahora solo existe una guerra entre ambas facciones.
La inmensa superioridad armamentística de los salvadores de Libia se encuentra inmovilizada, mientras la OTAN espera órdenes del comité político que debe decidir lo que se hace, Entre tanto, mientras hablan de “si serán galgos o serán podencos”, el señor Gadafi ha sabido manejar estratégicamente sus cartas, ha mostrado víctimas que ha atribuido a los aviones de la coalición, ha recordado que la masacre que se anunciaba no se había producido y ha apelado a los islamistas acusando a occidente de atacar a la nación musulmana. Ya se han producido las primeras discrepancias entre los políticos de las distintas naciones, (no olvidemos que Alemania está vigilante), entre los que quieren armar a los rebeldes y quienes no), si, al fin, se toma la decisión de armarlos precisarán de otro permiso de la ONU. No debemos de olvidar que, las naciones que se abstuvieron, no precisamente carentes de influencia (Rusia, Brasil y China), están observando con ojo crítico, desde el primer momento, la acción que se está llevando a cabo en Libia y, a medida que transcurren los días y la misión se está tomando la ley por la mano, ampliando los límites que les impuso la resolución de l a ONU; que se centraban en evitar la masacre de los revolucionarios libio e impedir que Gadafi traspasase, con sus aviones, la zona de exclusión aérea que se había determinado; puede que se pongan más nerviosos y que se muestren reacios a aprobar nuevas resoluciones que los aliados le pidieran a las NU para ampliar el campo de operaciones, rearmar a los rebeldes o intervenir militarmente por tierra.
Y, en este punto, se da una noticia verdaderamente alarmante. La ha dado el comandante de las tropas de los EE.UU. desplegadas en el operativo contra Gadafi, señor James Stavridis, que ha informado de que existen indicios ( ¿sólo indicios o, más bien, certezas?) de que, entre los rebeldes, se han detectado lo que ellos denominan “destellos” de la presencia de elementos de Al Qaeda y Hezbollah. Si se confirma esta noticia es evidente que todo el montaje que se ha hecho contra el líder libio se cae por su base y, toda ayuda que se les pudiera prestar a los libios que montaron la revolución, queda desautorizada porque la posibilidad de rearmar a los opositores a Gadafi y ayudarles por medio de los bombardeos de las fuerzas aliadas, significaría ayudar a los terroristas de ambas organizaciones que, evidentemente, si apoyan a los rebeldes será porque han tomado parte en la organización del levantamiento y tienen la intención de asumir el mando de las operaciones y, en su caso, hacerse con el gobierno del país; lo que, si sucediera así, pondría a nuestro señor Zapatero ante la tesitura de tener al sur de España, por una parte, a los miembros de la banda de Ben Laden, los de Al Qaeda y, por la otra, el siempre expectante rey de Marruecos que se ve en la necesidad de dar carnaza a sus súbitos más movilizados de lo que, seguramente, le gustaría a Mohamed VI. Un panorama nada halagador, por cierto. O esto es, señores, lo que yo opino.