Lazos amarillos rellenos de heces de perro, el separatismo escatológico
Miguel Massanet Bosch.
Sin duda alguna, la lucha iniciada por los soberanistas catalanes, a medida que van quemando sus cartuchos sin conseguir resultados palpables, y el tiempo en el que confiaban lograr sus objetivos va transcurriendo sin que aquello que le prometieron al pueblo catalán como inminente, próximo y con gran cercanía a aquel primer intento fallido, subsiguiente al simulacro de referendo celebrado el 1.O, sigue sin llegar a materializarle a pesar de las promesas del señor Pedro Sánchez de darle un empujón al tema catalán. Evidentemente hay que decir que, ni el señor Puigdemont y, aún menos, el actual presidente de la Generalitat, señor Torra, han contribuido con sus declaraciones, poco medidas y de evidente de desafío al Estado y al nuevo gobierno socialista, a facilitar que se dieran las circunstancias que permitieran la famosa “distensión” que nos viene avanzando el señor Sánchez a los españoles, como consecuencia de lo que ha venido anunciando a bombo y platillo, desde que asumió la presidencia del actual gobierno, de que con diálogo, conversaciones, concesiones económicas y demás cesiones, iba a conseguir domar al separatismo y conducir a sus líderes a un terreno en el que renunciasen a sus exigencias máximas, para allanarse a consentir, si no a renunciar a ellas, al menos a aplazarlas o, al menos, ponerlas en un segundo término, a cambio de una financiación mayor, más transferencias, cesiones idiomáticas o, incluso, el aspirado traspaso de una Justicia independiente del resto que rige para todo el territorio español. Lo que no sabemos es la magnitud real de lo que estaría dispuesto a concederles Sánchez, a cambio de su apoyo.
Es obvio que todas estas cesiones, incluso las que se podrían limitar a unas mejoras en la financiación que actualmente percibe del Estado la comunidad catalana, no están exentas de causar problemas colaterales difíciles de resolver para el gobierno del Estado, si se tiene en cuenta que, todo lo que se pudiera ceder en este sentido, implicaría reacciones en el resto de comunidades autónomas, empezando por las comunidades vasca y gallega, sin que se pudiera pensar que no influiría en el resto de comunidades que se sintieran postergadas. Es obvio que una diferenciación importante en favor de las más ricas no iba a ser aceptada pacíficamente por el resto.
En cualquier caso, es evidente que no se puede pronosticar lo que va a suceder en el futuro, en España; pero sí es cierto que, hasta el presente, en ninguna ocasión los separatistas catalanes han puesto sobre la mesa de diálogo el que una mayor financiación fuera suficiente para satisfacer sus ansias de autogobierno, ni la posibilidad de que una modificación de la actual Constitución en el sentido, evidentemente problemático, de que se aceptase un cambio que permitiese convertir a la nación en un estado de tipo federal en el que, determinadas regiones, seguramente las consideradas, con cierta frivolidad, “comunidades históricas” (como si, el resto no hubieran siempre formado parte del territorio nacional y no fueran merecedores de ser consideradas tan españolas como cualquiera de estas que, en ocasiones de una manera injusta, parece que gozan de ciertos privilegios respecto a las menos favorecidas) saldrían beneficiadas con más transferencias y mayor tipo de autonomía en sus relaciones con el Estado.
Sea como sea, lo que es evidente es que, la escalada de acciones y reacciones que ha empezado a producirse en Cataluña, como si se tratase de un simple juego de niños, entre los que han decidido considerar desde ya que Cataluña es territorio ocupado y que, en consecuencia, está en manos del independentismo y los restantes que siguen intentando, cada vez con menos ánimos y esperanzas, que por parte de las autoridades correspondientes se ponga coto a tanto filibusterismo callejero y se pidan responsabilidades a quienes en lugar de hacer valer la Ley e impedir que se hagan demostraciones de hostilidad a la unidad de la nación española y, en especial, se vigilara que, en lugares públicos donde está vedado que sean utilizados para poder hacer propaganda de cualquier tipo de política, se prohibieran esta clase de demostraciones.
Pero cuando ya se empiezan a bordear los límites de la decencia, de la debida contención y de la falta de respeto por el adversario político, es evidente que las autoridades que, como es obvio, tienen la obligación de exigir el cumplimiento de las leyes y de velar por el orden público y la salud de los ciudadanos, es cuando tienen el deber de intervenir para restaurar la paz y el orden en las calles y demás lugares públicos, evitando que determinadas acciones, expresiones, símbolos, pintadas o alteraciones de la normalidad cívica, pudieran ofender los sentimientos de los transeúntes o crear situaciones en las que el peligro de enfrentamientos entre personas de diversas ideologías, pudieran derivar en algaradas, luchas callejeras, destrucción del mobiliario urbano, con heridos o posibilidad de que los hubiera si se permitiera que los hechos llegaran a alcanzar la categoría de rebelión callejera.
Cuando de las palabras mal sonantes, de las descalificaciones, de las provocaciones verbales o de las demostraciones salvajes y virulentas de aquellos cuya pretensión es crear una atmósfera de inseguridad, miedo, desorden, pánico o alarma, se puede llegar a pensar que la situación, en un lugar cualquiera de España, en este caso Cataluña, lleva trazas de que puedan llegar a producirse situaciones en las que el virus revolucionario amenazase la convivencia de los ciudadanos, incluso con peligro de muerte, graves lesiones, enfrentamientos violentos entre personas o que puedan terminar en graves perjuicios para los bienes públicos y privados de los lugares en los que tengan lugar; no creemos que el seguir escudándose en la necesidad de “evitar las tensiones” o de “ actuar con contención” u “ofrecer la otra mejilla” sean las soluciones más adecuadas para que, los causantes de tales situaciones desistan de emplear los métodos violentos o el chantajeo, para intentar conseguir aquello que saben que, por los cauces legales difícilmente pueden conseguir.
Y antes de concluir este comentario no quiero dejar pasar otra de las “perlas” que nos ha querido dejar la señora vicepresidenta, Carmen Calvo. Es evidente que, no a todas las personas les afecta igual el recibir una promoción y, en el caso de esta señora, con fama de instruida y competente, mucho nos tememos que, el volver a la parte importante de la actividad política, le ha producido un “subidón”, quizá porque nunca pensó llegar tan alto o por el placer inmenso que le debe haber ocasionado el ascenso; en todo caso es evidente que su nuevo cargo le ha causado una cierta obnubilación, una cerrazón mental que le está impidiendo controlar sus palabras cuando se encuentra ante los representantes de la prensa. Si ya tuvimos que comentar sus declaración de que las frases del señor Torra, amenazando con atacar a España no implicaban delito alguno por el mero de no haber alcanzado la categoría de hechos delictivos, ahora, en su nueva faceta de endiosamiento sublime, no ha dudado en situarnos a todos los españoles en el puesto de ignorantes, necesitados de apadrinamiento gubernamental e incapaces de decidir, lo que nos conviene o no, por nosotros mismos. En efecto, en una de sus declaraciones públicas, cuando se le preguntaba por la posibilidad de unas nuevas elecciones más o menos inmediatas, no tuvo inconveniente en decir que “a los ciudadanos no les convienen ahora unas nuevas elecciones”. Gracias, señora ministra, gracias por decirnos a la cara lo que parece que, el gabinete del señor Sánchez, está pensando sobre los españoles y, por desgracia, es muy probable que, en algunos aspectos tenga razón en juzgar a una parte importante de los que acuden a votar, como causantes de los desastres que le vienen ocurriendo a nuestro país desde que, un infausto socialista, alguien que ha demostrado su obcecación en crear problemas allí por donde pasa, el ínclito e incapaz Rodríguez Zapatero, tuvo el atrevimiento de presentarse para presidente del gobierno de la nación española y, para desgracia de todo el pueblo español, salió elegido. Desde aquellas efemérides se puede decir que España no ha conseguido levantar cabeza debido a la herencia envenenada que nos dejó a todos los españoles cuando abandonó la presidencia del Gobierno. Ahora es Sudamérica la que sufre, en sus propias carnes, su gafada presencia, una verdadera cruz sin visos de que puedan superarla los infelices que han confiado en él para mejorar su situación y, lo que van a conseguir es que, con su intervención, los acabe de hundir en la mayor miseria., si como es de esperar, les deja una herencia parecida a la que nos dejó a los españoles.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, observamos con escasas esperanzas, como la situación de España, en manos de gobernantes incompetentes, y lo que todavía es peor, imbuidos de afán de venganza, de dejar fuera del arco político a la derecha española y de iniciar una nueva andadura (por fuerza de corta duración) en la que es muy probable que, esta entente socialista-comunista con la “inapreciable “ colaboración del separatismo catalán, acaben con las perspectiva de que una España recién salida de la crisis, sea capaz de salir de este nuevo trance en el que parece que se va a ver obligada a pasar en los próximos años.
PD. Nos hemos enterado, a última hora, de una noticia respecto a unas declaraciones de P.Sánchez en su viaje de regreso a España, respecto al problema catalán, que confirman nuestros más negros presagios. Hoy ya no da tiempo a incluirla pero, en mi próximo artículo, vamos a intentar comentarla.