Pedro Sáez Martínez de Ubago. L'État, c'est moi [El Estado soy yo] se admite comúnmente que habría dicho, a la edad de 16 años, un joven Luis XIV el 13 de abril de 1655 ante el Parlemento de París. Sin embargo, no hay registros escritos de que el denominado “Rey Sol” hubiera pronunciado esas palabras, hoy consideradas apócrifas, y no es inverosímil que sus propios enemigos las difundieran para resaltar la supremacía de la autoridad real ante el Parlamento.
Todo lo contrario a una supremacía de autoridad, no ya frente a un parlamento, sino frente a su propio partido, es lo que transmitió el sábado Mariano Rajoy, en un discurso donde, sin admitir preguntas y sin aportar una sola prueba, el presidente del Partido Popular y del Gobierno de España se limitó a proclamar su honradez personal y a negar con aparente firmeza que haya percibido dinero negro.
De alguna manera, esta actitud de Rajoy no deja de evocar la de Manuel Fraga, cuando ante los escándalos de corrupción que asolaban a los populares valencianos, afirmó que él ponía la mano en el fuego por Rita Barberá, pero que no lo haría por otros cargos del PP en Valencia.
Ayer pudimos ver a Mariano Rajoy, en apariencia muy sereno pero, como no debía de ser menos, con gesto serio y preocupado, enfrentarse solo ante las cámaras. Y esto contrasta con otras crisis del Partido Popular, como en el estallido del caso Gürtel en el 2009, cuando Rajoy apareció arropado por el resto de la dirección nacional. Así, aunque, su gesto y sus palabras recibieron el apoyo unánime de todos los cargos nacionales y barones territoriales del PP, no deja de ser significativo para un observador un poco perspicaz, que esta vez el Presidente haya optado por mostrarse solo ante el peligro.
¿Pensaría don Mariano que, como dice el refrán, es mejor estar solo que mal acompañado? Sin responder a esta pregunta, cabe suponer que él debería saber mejor que nadie, como representante y último responsable lo que se cuece en los despachos del número 13 de la Calle Génova, ante los que cada vez son más frecuentes y numerosas las concentraciones de ciudadanos hartos de ver lo que pasa en España.
En una nación como la nuestra, donde la corrupción es generalizada y asumida en todos los niveles de la administración, hasta darse casos de alcaldes conocidos entre sus ciudadanos por Mr. Diez por ciento, el PP está protagonizando la mayor presunta financiación ilegal de un partido en España. Y esto hubiera requerido una aclaración y negación más urgentes y categóricas que las efectuadas el sábado por Mariano Rajoy.
Las palabras de Mariano Rajoy fueron: “No voy a necesitar más que dos palabras: “es falso”. A lo que añadió que “Nunca, repito, nunca he recibido ni he repartido dinero negro ni en este partido ni en ninguna otra parte”.
Si alguien esperaba que, por una vez y ante la fuerte presión social, política y mediática, Rajoy diera un paso al frente, nuevamente se equivocó. Ya de entrada, el formato de su comparecencia fue revelador de las intenciones de alguien que, supuestamente, quiere aclarar todas las circunstancias de unos hechos. Con los periodistas aislados en una sala contigua y, por tanto, sin posibilidad de hacer una sola pregunta, Rajoy se limitó a leer su discurso ante el Comité ejecutivo de su partido. No parece esa la imagen de quien quiere asumir su responsabilidad y se ofrece a dar todas las explicaciones ante un caso que ha causado conmoción en el Estado español y cuya repercusión ha traspasado todas las fronteras.
Si Rajoy fue rotundo al proclamar que "es falso" que haya "recibido o repartido dinero negro", no es menos cierto que tampoco pasó de ahí. De forma que, tan machacona defensa de su honradez, la impostada proclama de que no está en política para ganar dinero -"ganaba más con mi profesión", y la soledad elegida para su escenificación han dañado la credibilidad de los otros miembros de la ejecutiva Popular, que hubiera sido tan necesaria para apaciguar tanto a la más que hastiada sociedad española, defraudada por la frivolidad de su denominada “clase política”, como para merecer el crédito que nuestra precaria e inestable situación económica debe ofrecer a toda costa ante los observadores extranjeros y los mercados, que no pueden fiarse de una república, en este caso, monarquía bananera.
El sábado, Mariano Rajoy ha dado la impresión de hablar más por su persona que de poner, como debería, la mano en el fuego por sus compañeros en la dirección del partido que lleva las riendas del gobierno de España.
Este sábado ha quedado claro que Mariano Rajoy no es Luis XIV, y que más parece afirmar que “El partido no soy yo” <Le parti n´est pas moi>. Poca garantía de confianza ofrece con esta actitud un jefe de gobierno que intenta lavarse las manos de su exigible “responsabilitas in eligendo”, frenta a la que uno puede evocar la valiente actitud de otro jefe político, el segundo marqués de Estella, quien no tuvo miedo en proclamar, un 30 de mayo de 1935, ante quienes le escuchaban en Campo de Criptana: si os engañamos, alguna soga hallaréis en vuestros desvanes y algún árbol quedará en vuestra llanura; ahorcadnos sin misericordia; la última orden que yo daré a mis camisas azules será que nos tiren de los pies, para justicia y escarmiento”.