Legitimación de la Democracia
Manuel María Bru. 26 de abril.Se enseña en tres carreras universitarias (Ciencias Políticas, Periodismo, y Derecho) la diferencia entre “democracia realmente legítima” o “democracia sólo formalmente legitimada”. La pregunta que solemos hacer los profesores para llamar la atención de los alumnos es, aunque tópica, siempre desconcertante: ¿Fue democrática la elección de Hitler que no ocultó su proyecto en la campaña electoral de 1933? Unos alumnos dicen que sí, ya que nadie sostiene que hubiese fraude electoral, y otros, acertadamente, dicen que no, o bien porque no puede ser democrático decidir el fin de la democracia, o bien, con respuesta más exacta y completa, porque no es democrático optar por una política que contravenga los derechos fundamentales del ser humano, para los que el sistema democrático es un medio. Además de la “legitimación” democrática del Estado de Derecho, este debe estar legitimado por la naturaleza de sus leyes fundamentales, que han de respetar y fomentar la dignidad humana. De todo se ha dicho esta semana del Cardenal Rouco Varela por citar el pasado lunes a Juan Pablo II cuando denunciaba que “si, por una trágica ofuscación de la conciencia colectiva, el escepticismo llegara a poner en duda hasta los principios fundamentales de la ley moral, el mismo ordenamiento democrático se tambalearía en sus fundamentos, reduciéndose a un puro mecanismo de regulación empírica de intereses diversos y contrapuestos”. Lo que comprometería la misma posibilidad de una “paz estable”, ya que “la paz no fundamentada sobre los valores de la dignidad humana y de la solidaridad entre todos los hombres es a menudo una paz ilusoria”. Es más, añadía Juan Pablo II, “en los mismos regímenes participativos la regulación de los intereses se produce con frecuencia en beneficio de los más fuertes, que tienen capacidad para maniobrar no sólo las palancas del poder, sino incluso la formación del consenso, convirtiéndose la democracia “en una palabra vacía”.Y si el Cardenal Rouco decía que “la advertencia la hacía Juan Pablo II no contra la democracia, sino precisamente en favor de ella”, podemos decir que el recuerdo hoy de esta advertencia es seguramente el gesto más importante para rescatar la débil democracia española. Cuando llegue el día en el que los profesores pregunten a sus alumnos si aquella ofuscación del siglo XX y XXI de justificar el genocidio del aborto fue democrática, ellos no sólo lo identificaran con el colapso de una página negra de la historia, sino que podrán decir que la Iglesia, además de salvar la vida de tantos niños inocentes durante la misma, fue casi la única voz profética que defendió verdaderamente la dignidad humana, y como consecuencia, la auténtica democracia.