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Diario YA


 

Libertad religiosa frente al Estado

José Escandell. 25 de Octubre.

A las personas de bien incomoda que la religión por la que darían la vida, la que tienen como la auténtica verdadera, entre en el mercado de la competencia con otras religiones. Es natural esa reacción. Si uno se adhiere a una religión y no a otra, es porque tiene aquélla por verdadera y a ésta por falsa, aunque siempre queda la posibilidad de optar en religión por frivolidad sociológica o inercias culturales. Cabe apuntarse a una religión como quien se inscribe en un club deportivo o como quien firma un manifiesto contra el cáncer. Las personas de bien, las que son conscientes de que la religión es la dimensión principal de la vida, una de esas cosas que afectan a todo lo que uno es, ponen sobre la mesa la cuestión de la verdad religiosa, a despecho de indiferentistas, ateos y liberales.
 
No ha de extrañar, entonces, que para esas personas de bien la libertad religiosa sea ipso facto relativismo religioso y, por consiguiente, algo rechazable. Porque, según lo entienden, esa libertad pone en pie de igualdad todas las opciones religiosas, como las verduras en un supermercado. Ahora bien, eso no es exacto.
 
La libertad religiosa se apoya en la verdad de que la religión no puede ser obligada por ningún poder terrenal. Eso es cierto, y también lo es que, como es lógico, en religión hay verdad y no da lo mismo ser animista que musulmán. Una cosa es el poder normativo de las autoridades políticas y otra distinta la obligación moral. Desde un punto de vista moral, es preciso aceptar que debe seguirse la religión verdadera. Desde un punto de vista político-jurídico no parece posible forzar la admisión de una fe. El campo de juego, de legítimo poder, de la autoridad política está restringido al bien común temporal.
 
La Iglesia Católica hoy reclama ante todo libertad religiosa. Esta reclamación no se dirige a la Humanidad en su totalidad, sino que tiene como destinatario el Estado, el Estado moderno. Esta referencia primordial al Estado y a lo político hace que el concepto de la libertad religiosa se refiera, en realidad, tan sólo al ámbito de la convivencia. No se trata tanto de defender que cada cual puede creer lo que estime conveniente, cuanto más bien de poner al individuo y a la Iglesia al abrigo del Estado. Un Estado que tiene fuertes inclinaciones a meterse donde no le corresponde.
 
Por su parte, el Estado moderno se ha hecho claramente secularista, y no secular ni aconfesional. Llevado de su anhelo de felicidad completa para todos los seres humanos, se siente autorizado a inmiscuirse en todas las facetas de la vida humana, y cuanto más, mejor. Los partidarios del Estado secularista son los mismos que proponen la formulación de una ética civil y universal, como si el orden político y social fuera el mismo que el orden moral.
 
El estandarte de la libertad religiosa viene a ser, dentro de este marco, banderín de defensa del hombre. La Iglesia hace frente al Estado y quiere que se reconozca un terreno en el que el Estado no puede entrar y que el Estado no tiene derecho a suprimir. Se trata de limitar su poder. La defensa de la libertad religiosa supone la afirmación de que la política no es la dimensión última de la vida humana.

 

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