Libertad religiosa: Una cuestión de amor
Jesús Asensi vendrell. La polémica está servida, y más que lo va a estar cuando nuestro Gobierno saque adelante la nueva ley sobre la libertad religiosa, esa misma que acabará con la pretendida libertad que dice defender.
Aunque en el fondo no se trata sólo de libertad, sino de amor. Porque nadie tiene más amor que aquél que da la vida por sus amigos, porque no vino a este mundo a ser servido, sino a servir y dar su vida por muchos, porque perdonó de corazón a sus verdugos y así lo mandó hacer a sus discípulos, porque se apiadó de los pobres, de los enfermos, de los apestados de la sociedad y nos regaló un camino que lleva directo al Cielo: su Iglesia.
Sí, y todo ese amor gratuito encuentra el rechazo de aquellos corazones que están endurecidos por la tristeza, por la desilusión, por un odio incomprensible, por el miedo o la incapacidad de corresponder al inmenso cariño que emana de esa cruz, de ese crucificado.
Y es que resulta enigmático que el Tribunal de Estrasburgo prohíba la exhibición del crucifijo en las aulas escolares italianas porque supone que es contraria al derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones y al derecho de los niños a la libertad de religión.
Sí, es incomprensible del todo esta sentencia, esa exigencia de una madre que ama de veras a su hijo, porque esa cruz, ese crucificado, sólo entiende el lenguaje del amor desinteresado, ése que nos hace realmente libres, porque resulta increíble que este tipo de amor, amor de verdad, no se encuentre entre las “convicciones” de algunos padres.
Así es, porque esta postura, esta sentencia, sólo se entiende si detrás de ella anda alguien que está sobrado de desamor y de falsedad, alguien que odia esa Cruz porque con la muerte de Cristo llegó el final de su reinado tenebroso.