Lo que no es posible para los hombres, es posible para Dios
Manuel Bru. Con ocasión del famoso desayuno de oración en Washington al que asistió nuestro presidente del gobierno invitado por el de Estados Unidos, he recordado una célebre oración anglosajona, que dice así: “Dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar; la valentía para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para distinguir lo uno de lo otro”. A pesar de su respetable incredulidad habitual, he soñado con que nuestro presidente, habiendo participado en este encuentro de oración, de cuya intencionalidad no tengo yo porque tener ningún prejuicio, hubiese podido respirar un atisbo de esa apertura del alma que siempre ofrece la experiencia de cerrar los ojos, dejarse mirar por Alguien infinitamente más grande que nosotros, y atreverse a decirle algo así desde nuestra radical pequeñez.
“Dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar”; Ojala que, detrás de esa apariencia de serena seguridad, habitual en quienes tienen importantes responsabilidades de gobierno, nuestro presidente haya podido esta mañana reconciliarse un poquito con la realidad, para que, ante situaciones tan difíciles de resolver, como son la crisis económica, y la aún peor crisis moral, pueda dirigirse a sus gobernados con humildad, y reconocer que no sabe, no puede, no tiene la barita mágica, como para cambiarlas. Porque sólo desde la humildad, uno puede ver la luz para encontrar soluciones, o al menos, abrir el oído para escuchar a quienes las puedan tener.
“Dame Señor la valentía para cambiar las cosas que puedo cambiar”: Ojala que nuestro presidente haya podido oír el clamor de quienes exigen de él una decisión urgente: los cientos de miles de niños a los que con sus leyes impide nacer, y los cientos de miles de personas de todas las edades que, dentro y fuera de nuestras fronteras, sufren constantes vulneraciones de sus derechos humanos. Porque cuando la oscuridad ofusca la razón del gobernante, sólo un golpe de gracia, favorecido por la apertura a la fe, es capaz de dar luz.
Y “dame, Señor, la sabiduría para distinguir lo uno de lo otro”: una sabiduría que también, y sobre todo, exige, como decía el Patriarca Atenágoras, “desarmarse”, porque, “si nos desarmamos, si nos despojamos, si nos abrimos al Dios-hombre que hace nuevas todas las cosas, entonces él mismo borra el pasado malo y nos restituye un tiempo nuevo donde todo es posible”.
¿Les parece utópico este sueño? No crean. Bien lo dijo Jesús: “lo que no es posible para los hombres, es posible para Dios”