Los 100 días de Sánchez con y contra Franco
Francisco Torres García
El oficio de historiador te enseña que al final casi nunca nada es por casualidad, que los hechos se van encadenando y derivan hacia uno u otro lado en función del acierto o la torpeza en las decisiones de quienes actúan ante ellos. En este sentido, volvamos los ojos hacia lo que está sucediendo en función de ello en la Arcadia feliz y de gente guapa en la que el presidente Sánchez parece levitar, con ese aplomo que le da el contestar a cualquier cosa con largas parrafadas de inanidad.
Recordemos que nada más producirse su llegada al poder, merced a la catastrófica gestión política de Mariano Rajoy a la hora de hacer frente a los problemas de un partido bajo sospecha y a una ofensiva ideológica ante la que el PP, por defecto de fábrica, fue y es incapaz de contestar, el señor Sánchez Castejón pidió los tradicionales e inexplicables cíen días de venía para mostrarnos un inexistente programa de gobierno que nunca fue objeto de debate parlamentario. Lo que realmente Sánchez inauguró fue la política del postureo.
Lo hizo desde el minuto uno, con un gobierno de gente guapa según el argot actual, que su prensa mimara, y capaz de moverse entre frases y selfies. Y así hay un astronauta que está en la Luna mientras se ha desatado la crisis de los másteres, responsables de agricultura que nadie sabe si existen, políticas sociales que nadie encuentra, anuncios constantes de lo que no se puede hacer, propuestas que se plantean pero que se desvanecen cuando pasadas unas semanas se revela que son para 2020, ministros y ministras que mienten más que hablan, ministros y ministras dimitidos por el “bien del partido”, anuncios de que en breve podría caer otra de las chicas de Sánchez y remata la jugada una experta en justicia sectaria, no en vano vomitó la liberticida reforma de la Ley de Memoria Histórica -tan falsa que ni se llama así-, que ha acabado en Defensa para cubrirse con el mayor de los ridículos y una acusada bajada de faldas y pantalones pacifistas a cuenta de la venta de bombas a Arabia Saudí. Y es que Sánchez y su gobierno de diseño recula con una facilidad pasmosa cuando alguien se le pone firme. En cien días, los ministros y ministras de Sánchez han acabado con su corto recorrido programático y andan perdidos una vez que han agotado las frases buenistas que tanto gustan al presidente. ¿Dónde está Marlaska, por ejemplo? ¿A qué dedica el tiempo libre la responsable de Educación además de fotografiarse con el famoseo de la estulticia? Y, por si fuera poco, todos ellos, imitando a su patrón, son capaces de sostener lo uno y lo contrario al mismo tiempo dejando en ropa interior sus propuestas.
Que conste que todo ello al inquilino de la Moncloa le importa una higa, desprecia a una opinión pública tan manipulable como la española y a unos electores que, como todos, asume que le votan porque al final, por sus filias y fobias, no tienen otro remedio. En cien días Sánchez ya ostenta varios récords y no precisamente alentadores: el final de agosto más desastroso en mucho tiempo en cuestión de empleo; conseguir que el número de turistas descienda; provocar una huida de capitales que ya superan los 11.000 millones, cifras que con las anunciadas subidas de impuestos y la inseguridad que crean sus caprichos, sus ocurrencias, podría incrementarse; tener el recibo de la luz más alto de los últimos tiempos (y eso que despotricaban contra la pobreza energética que afectaba a un número importante de españoles); ser incapaz de asegurar una frontera tan corta como la de Ceuta o Melilla llevándonos a la vergüenza de que la UE anuncie el envío de efectivos para hacerla segura; crear un nuevo efecto llamada a través de una no política migratoria y, sobre todo, dar otra vez cancha y medios a los separatistas. Por no hablar de la situación que se vive en Cataluña ante la que el PSOE ha reaccionado como todos, poniéndose al lado de los separatistas en vez de abrir el cada vez más urgente proceso de españolizar Cataluña apoyando a los que en franca rebeldía se enfrentan a la dictadura separatista.
Pero Pedro Sánchez, que en cien días no ha salido del postureo, anda pagando el precio de su investidura. Mejor dicho, nosotros estamos pagando el precio de que sea presidente a la turba de separatistas y neocomunistas que le sostiene. Ahí está la entrega a PODEMOS de la televisión española, la de toda la vida, para poder deformar y manipular legalmente y la depuración subsiguiente de cuantos en esa casa, en el ente, sean sospechosos de no ser fieles al poder. Así se atisba también en el chalaneo, cada vez más evidente, con el separatismo catalán que tiene atado en corto a un presidente que se ha apuntado a las tesis sorayistas de que las declaraciones que llevan al delito son solo eso; y que sigue anclado en el buenísimo del diálogo para disfrazar su propósito de mantener la alianza con los separatistas para poder seguir en el poder ahora y tras las elecciones futuras.
En realidad, el balance de estos cien días de gobierno inane no es más que una página en blanco y unos signos económicos alarmantes; pero en esto último Sánchez es fiel hijo de ese Zapatero que negó las evidencias de que se abría un tiempo de crisis económica y agravó la situación al no tomar las medidas oportunas. Pero Pedro Sánchez, tenemos que reconocerlo y recordarlo, es un tipo con suerte. Es el hombre que con mayor bagaje léxico se mueve en la política como si fuera un personaje de reality. Un tipo con suerte, porque la oposición blandengue por un lado, el PP, y guadiana por otro, Ciudadanos, no le causa preocupación alguna. Casado no sabe hacerse selfies tan buenos como los de Pedro, aunque lo intenta, y Albert está preso de sus contradicciones ideológicas. Las encuestas dicen lo que dicen y no hay de qué preocuparse: muchos escaños bailando, el PP sigue perdiendo votos y Cs, pese a su crecimiento, no atrae el total de esas perdidas y además, ambos, no ganan espacio entre los 300.000 votantes nuevos que habrá en las nuevas elecciones en función de cuándo se convoquen.
Pero, lo que pocos asumen es que Sánchez tiene un plan y lo está sacando adelante porque Casado, Albert juega a la contra, es incapaz de ser una oposición que le lleve a las cuerdas. Casado ha mamado tanto de lo que es el PP, frases para sus holigans y asunción de lo que diga el PSOE, que se ha cargado el impulso que le llevó a la presidencia del partido. En realidad, si de pronto llegara un marciano y repasara nuestra actualidad política, llegaría a la conclusión de que el líder de la oposición a Sánchez y a la izquierda es un tal Francisco Franco.
Sánchez ha hecho públicas sus intenciones, ser presidente hasta 2030. Al contrario que Casado, que anda llorando por la pérdida del bipartidismo y pidiendo su vuelta (sin el voto útil el PP se desangra), Sánchez lo ha asumido como una realidad. El futuro será de gobiernos de coalición o de gobiernos en minoría. Su objetivo es tener la minoría más fuerte (ello implica conseguir un 25%-30% de los votos) y convencer a sus futuros socios de que sólo él les puede facilitar lo que ofrecen a sus bases estabilizando sus suelos electorales. De ahí que Sánchez hable mucho y haga poco, todas sus reformas son en realidad propuestas para una segunda legislatura. Cosas para dejar colgando el día, que lo tiene fijado, que se convoquen elecciones. La oferta, el caramelo sectorializado que sólo se alcanzará si él sigue siendo presidente pues es el valladar frente a las derechas.
Sánchez tiene una agenda y es un fiel al cuento de la lechera por lo que se ha hecho un experto en evitar el tropiezo, así que para turbar sus bellos sueños sólo queda la zancadilla. Pero visto lo visto estas últimas semanas nadie se la va a poner. Mariano sufrió el acoso, hizo, eso sí, oposiciones a merecerlo, constante por la corrupción pepera. Sánchez soporta acosillos de tres días porque su oposición, el PP, vive instalada en el complejo.
Casado ha tenido una oportunidad de oro en el reinicio del curso político, porque el presidente movió mal las fichas y se situó en el centro de una tormenta perfecta: malos datos económicos, ministra dimitida, otra ministra bajo sospecha, pacto por capítulos con Torra, ridículo internacional a costa de los contratos con Arabia Saudí, votación de decretos anticonstitucionales y el escándalo cada vez más grave de su tesis. A lo que se añade sus triquiñuelas para saltarse al Parlamento. Y en medio de todo su propuesta estrella, porque en todo lo demás se ha estrellado, lo que estima va a ser su gran rédito electoral, la profanación -llamemos a las cosas por su nombre- del cadaver de Francisco Franco (lo único que se le enfrenta y le desafía es una Fundación y un cura, poca cosa para él).
Una derrota parlamentaria en esta cuestión hubiera dejado a Sánchez en una debilidad extrema y además hubiera acabado con su gran recurso para cubrir la nada de su gobierno. Su objetivo era que su inconstitucional decreto no tuviera votos en contra, algo fundamental para esquivar la inconstitucionalidad en un tribunal aunque fuera a los puntos, y que no se presentara recurso alguno. Pero es más, Sánchez ha jugado bien, porque si en algo tan evidente como es la falta de urgencia para profanar el cadáver de Franco, cuando la urgencia es requisito indispensable para sacar decretos y gobernar mediante ellos en minoría, la oposición no dice nada, no plantea el recurso, con este antecedente, ¿cómo la oposición va a conseguir que el Tribunal Constitucional suspenda otros, teniendo en cuenta la laxitud habitual ante estos casos, porque a juicio de los diputados no hay urgencia que los justifique? Pero esto es algo que Casado y Albert, otra pareja de guapos y de selfies, no han querido ver ante el complejo de que Sánchez les acusara de franquistas.
Casado y Albert tenían en sus manos la posibilidad de haber puesto fin a un proyecto que el presidente, obsesionado con ello, lleva en persona, que es el centro de su política y con el que está jugando, midiendo los tiempos. Sin embargo, su miopía y cobardía política les ha conducido a dejar que la oposición a Sánchez siga teniendo un solo nombre Francisco Franco y lo mismo al final resulta que es Franco el que sale triunfante.