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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

Los católicos no queremos obispos desintegradores

Miguel Massanet Bosch.  Charles Caleb Colton (1780-1832) fue un clérigo Inglés , escritor, coleccionista y galerista de arte en París, muy conocido por sus excentricidades.  En una pequeña obra, de limitada edición, publicó la primera parte “Lacon” vol. I, en la que incluyó el siguiente pensamiento: “Los hombres luchan y se afanan por la religión; discuten por ella; combaten por ella; mueren por ella; todo lo hacen… menos vivir ajustándose a ella”. Tuve la suerte de educarme en un colegio de los PP Jesuitas, una orden que no deja indiferente a nadie, lo mismo en cuanto a merecer los más encendidos elogios de una parte de los católicos como por despertar la mayor repulsión por otra parte de ellos. Tienen una ventaja: saben escoger a los mejores para formar parte de la Orden, lo que les ha permitido conseguir una merecida fama de estudiosos y buenos enseñantes. Sin embargo, también han tenido sus fracasos, aquellos que su propia autoestima les ha llevado a renegar de la disciplina de la orden, para emprender la senda de los descarriados, ganados por las doctrinas comunistas, convertidos en sus más fervorosos defensores.

Uno de estos personajes, el padre Juan.N.García Nieto, después de abandonar la Orden de los Jesuitas se instaló en el barrio de obreros inmigrantes de Sant Ildefons, en Cornellá. Su casa dio cobijo a sindicalistas perseguidos por la policía de la dictadura. Desde esa ciudad contribuyó, desde primera fila, a levantar CC OO, a partir de una organización llamada Comisiones de Barrios y Fábricas. ¡El Ayuntamiento de Cornellá le otorgó la medalla de oro de la ciudad en 1989!. Tuve ocasión de conocer, de primera mano, sus métodos “especiales” de crear problemas dentro de las numerosas empresas industriales de Cornellá de Llobregat y les aseguro que su sectarismo le llevó a causar infinidad de daños a trabajadores e industrias (algunas de las cuales, agobiadas por las huelgas, tuvieron que acabar cerrando). Por eso, aunque consciente de que el hábito no hace al monje, recelo de todo aquel fraile que se aparta de su camino de hacer el bien y ganar almas para el cielo pacíficamente y, como fue el caso del mismísimo Stalin; se sale de su apostolado para dedicarse a “arreglar el mundo”; algo que, en la mayoría de casos, por su complejidad y variables, no está al alcance de la mayoría de los mortales.
 
Si ya, en tiempos de la Guerra Civil española, cuando los asesinatos en el bando republicano, especialmente anticlerical, alcanzaron cifras superiores a los 6.000 (curas. monjas, católicos seglares o simples asistentes a misa); tanto en Catalunya como en “el muy católico “ País Vasco, hubo una gran parte de clérigos que optaron por defender el bando de los anticlericales, haciendo oídos sordos a las masacres de fieles cristianos. Recientemente, en tiempo de la mayor virulencia sanguinaria de ETA, hubo clérigos vascos que ocultaron en las iglesias a asesinos de la banda y otros que, inexplicablemente, como monseñor Setién, parecían empeñados en justificar tamaños desmanes, culpando a la policía de la situación en el País Vasco. Lo curioso, lo que a muchos nos indigna y nos hace perder el respeto a determinadas autoridades de la Iglesia, sea vasca o catalana, es que sus príncipes, sus obispos y cardenales, en ocasiones, demasiadas, parecen olvidarse de cuales son sus prioridades y sus deberes hacia sus fieles que, por supuesto, siendo católicos no tiene obligación de ser ni de izquierdas, ni de derechas ni, muchos menos, separatistas o partidarios de la unidad de España.
 
En estas especiales y tormentosas circunstancias políticas por las que está pasando nuestra nación; en este verdadero mare mágnum en el que estamos sumergidos los ciudadanos, tanto en lo que respecta a nuestras perspectivas económicas, como por lo que se refiere al peligro de disgregación de España a causa de las posiciones extremas que han adoptado determinados gobiernos autonómicos, que han optado por saltarse nuestra Constitución a la torera e intentar chantajear al Gobierno de la nación, para que se vea obligado a ceder a sus absurdas, inoportunas, insensatas y peligrosos aspiraciones independentistas. Si  el señor Mas, de Catalunya, ha decidido jugarse el órdago con su amenaza de ir constituyendo su propia administración para gobernar el país, prescindiendo del resto de España, parece que el señor Urkullo, del País Vasco, no ha querido desaprovechar la oportunidad de engancharse al carro secesionista, hablando, como lo hace, de ser reconocido como un país más dentro de la UE ¡De ilusiones también se vive!.
 
Lo que no se podía esperar es que, cuando la Conferencia Episcopal Española, como no podía ser menos tratándose de un catolicismo ecuménico en el que, nunca ni por ningún motivo, se pueden hacer distinciones entre unos fieles o los otros, por razón de su ubicación geográfica, lengua, cultura, ideas políticas o situación económica; haya decidido hacer un comunicado, pidiendo la unidad del país y contra la desintegración de España; entre otras razones porque, el principio de solidaridad entre las distintas autonomías españolas, unas más ricas y otras más pobres, es un principio inspirado en la misma religión cristiana y predicado por Cristo en numerosas ocasiones en su transmisión del Evangelio al pueblo de Dios. En unos momentos cruciales en los que tan importante es la imagen de país cohesionado que pueda dar España ante los mercados bursátiles y nuestros vecinos europeos; unos prelados, precisamente los catalanes con el señor Martínez Sistach al frente, se desmarquen de los demás rompiendo la unanimidad que se pretendía conseguir; con el perjuicio adicional de dar la impresión de que la Iglesia catalana está con su Gobern, dispuesta a saltarse la ley y enfrentarse a un posible delito penal.
 
Los fieles catalanes ya estamos pensando que, en Catalunya, deberemos escoger qué clase de catolicismo queremos abrazar porque, si hace poco ya aparecieron varias iglesias de la comunidad católica, en distintos pueblos de la región, adornadas con enormes banderas separatistas, las denominadas “ esteladas”; ahora hemos podido percatarnos de que, los pastores de la Iglesia catalana, también están dispuestos a entrar en esta deriva secesionista que, de un tiempo a esta parte, parece que se ha extendido como una epidemia por las localidades del país La verdad es que vamos a tener que intentar apoyar a los partidos, pocos, no nacionalistas para conseguir frenar los resultados de los independentistas puesto que, en caso contrario, la convocatoria de un referéndum ilegal será inevitable y, con él, el imparable enfrentamiento con el resto de España. Lo peor de todo este rollo de los catalanes y vascos es que tampoco vemos que, el gobierno del señor Rajoy, se muestre muy decidido a ponerles las peras a cuarto a quienes intentan desgajarse de la nación española, para emprender un viaje a la tierra de nadie, en el que, nos guste o no, deberemos participar, siendo contrarios, como lo somos a semejantes aventuras.
 
Le pedimos al señor Martínez Sistach que se deje de ambigüedades y nos informe, a los que somos españoles dentro de Catalunya, si la Iglesia católica catalana, como tal institución, se declara dentro de la legalidad constitucional o ha optado por seguir los pasos del señor Mas y su grupo antiespañol. Convendría saberlo para que, en caso de que optase por la segunda postura, pudiéramos dirigirnos al Vaticano para pedir amparo ante la Curia Romana. La declaración del obispado español está en la línea de defensa de los necesitados, de apoyo a las clases más perjudicadas por la crisis y evitar que todo el coste de la crisis recaiga en los más débiles. Es decir, un documento lleno de sensibilidades sociales. No sabemos si estos pastores de la Iglesia han calculado las consecuencias que, para Catalunya y sus ciudadanos, pudiera tener esta postura polivalente y poco definida. A mí. Señores, me parece un acto de suma gravedad.