Los Hermanos de San Juan de Dios
José Luis Barceló. El fallecimiento casi encadenado de los hermanos Miguel Pajares y Manuel García Viejo, pertenecientes a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios (OHSJD), pone en primera línea de actualidad la serena labor llevada a cabo por miles de personas que, desde las órdenes religiosas cristianas, realizan una labor callada e impagable a favor de la prosperidad de las colectividades humanas allá donde actúan.
Muchas veces, quizás desde el desconocimiento o también desde una estúpida intencionalidad política, ajena completamente a los objetivos de las personas que se dedican a estas labores fuera de nuestro país, desde el primer mundo nos parece que ya no se comprende o que es inútil la labor social que realizan los religiosos. Incluso nos parece superflua. Y hasta se llega a enfatizar en la necesidad de recortar tales o cuales ayudas que se administran desde fundaciones o Administración.
Conocí la ingente labor de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios durante la larga enfermedad que acabó con la vida de mi padre. Finalmente falleció de cáncer en el hospital que esta Orden tiene en la calle Serrano de Madrid. No es anecdótico que los dos hermanos recientemente fallecidos fueran españoles: España ha lanzado al mundo millones de personas en ejemplar labor evangelizadora, y aún se mantiene un alto grado de apuesta de españoles dispersos por el mundo, siendo España, aún, una potencia católica mundial.
La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, cuyo origen se remonta al siglo XVI, está presente en 52 países de los cinco continentes y compuesta por 1.142 hermanos, más de 50.000 profesionales, 7.000 voluntarios y más de 300.000 benefactores-donantes. Su labor nació en Granada en 1537 de la mano de su fundador San Juan de Dios, pionero en la labor asistencial. Fue el primero en intuir que era necesario separar a los pacientes según el tipo de enfermedad, destinando una cama para cada enfermo. La labor de la Orden ha variado mucho en sus formas y expresiones, pero mantiene como eje central la acogida y atención a personas enfermas y necesitadas en todo el mundo. Bajo el concepto de hospitalidad, se cuida la acogida, la promoción de la salud y el acompañamiento de los enfermos.
He tenido la suerte de conocer, parcialmente, todo hay que decirlo, la enorme labor humana, educacional y sanitaria que se realiza por parte de personas entregadas a los demás en diversas partes del mundo. Durante mis viajes por países como Perú, Guinea Ecuatorial, Camerún o Benín, tuve ocasión de comprobar sobre el terreno las miles de personas pertenecientes a diversas órdenes religiosas que entregan su vida por los demás, como ha sido el caso de los religiosos enfermados del virus del ébola. No entregan su vida a alguien que quieren personalmente, o a alguien influyente que pueda darles posición a ellos o a sus familiares. Al contrario. Abandonan a sus familias para ir a ayudar a otras personas desconocidas de continentes y países desconocidos.
Durante mi labor profesional como periodista he tenido también la suerte, y la desgracia, por la mella mental que ello produce, de vivir y dormir en lugares a los que no se puede viajar con agencia de viajes. Son lugares, habitualmente tropicales, donde el simple medio ambiente ya es agresivo con la vida humana y la amenaza constantemente. No es raro que en estas partes del globo no hayan conseguido prosperar grandes civilizaciones por mucho tiempo. No se puede casi ni beber. La esperanza de vida no pasa mucho de los 40 años, ni aún hoy en día. Cuando, después de uno de estos viajes, colocaba la llave en la puerta de mi casa, me decía a mí mismo: -“¡que privilegiado eres!”-
Una de las mayores tristezas de mi vida me la llevé al cabo de unos años de viajar por el mundo. Al principio, ingenuamente, me parecía que había una gran alegría en todos estos países que tenía oportunidad de visitar. Había muchos niños corriendo y jugando por la calle. Pronto me percaté de que no había apenas viejos porque la gente moría de amenazas muy diferentes de las que tenemos aquí. Mientras en el primer mundo morimos de accidentes de coche, cáncer o enfermedades ligadas cardiovasculares ligadas a nuestra dieta exagerada, en estos paralelos agrestes, se muere de hambre, enfermedades o catástrofes.
Una vez, en pleno bosque centroafricano, tuve oportunidad de encontrarme con unas hermanas, españolas también, que mantenían un colegio en plena selva tropical. Sin agua corriente, sin luz eléctrica. Unos paneles solares conseguían suministrar algo de electricidad imprescindible. Al colegio acudían niños de la selva que entraban desnudos. Y salían hechos hombres y mujeres educados que se calzaban, se vestían limpios, y terminaban conociendo perfectamente la gramática española, hablando francés y sabiendo comer con cubiertos. Es decir, personas. Admirable. De aquel colegio, sobre el que siempre llovía a las cinco de la tarde, salían luego las élites técnicas o políticas del país. Las hermanas nos pidieron ayuda para adquirir materiales para construir un retrete. ¡Qué cosa tan simple! Admirable su labor allí, que sí se entiende perfectamente viendo el contexto.
Hoy en los países ricos no se entiende la labor de los religiosos. Es probable que nosotros no merezcamos ya de su esfuerzo y compasión. Es cierto que sus energías están mejor aprovechadas en continentes donde Dios parece que no pasó nunca.
¿Podemos intentar ser más humanos? Muchos, solo con entregar sus vidas por los demás, ya lo han conseguido. Y nos deberían servir de ejemplo. Como los hermanos Miguel Pajares y Manuel García Viejo. Que Dios proteja sus almas.