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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

LOS ISMOS Y LA ESTRELLA SOLITARIA

Manuel Parra Celaya.
    Esta vez el aquelarre tuvo lugar en Madrid. Allí se trasladaron Torra, Artadi y demás hermanos mártires para manifestarse por sus calles céntricas y contaminarlas, no con C02, sino con eslóganes y fervorines separatistas.
    Nada nuevo a lo que no estemos hartos de ver y de oír los catalanes que hacemos a diario profesión de fe española en Barcelona, Vic, Manresa o Gerona; la novedad estaba en que, en esta ocasión, los nacionalistas irredentos mostraban su insania en la ciudad que representa, en frase feliz, el rompeolas de las Españas, donde confluyen y conviven, sin más sobresaltos que su Consistorio, los ciudadanos de todos los puntos de nuestra geografía; por esta vez, el único sobresalto, de tintes tragicómicos, lo proporcionaban los manifestantes.
    No entro en los manidas argumentaciones descalificadoras o triunfalistas del baile de cifras ni en el de los autocares subvencionados, aunque me da en la nariz que los hemos pagado todos los contribuyentes; tampoco voy a repetir lo que tantas veces he opinado sobre hechos semejantes y sus trasfondos. Ahora, la novedad era que, junto a las esteladas y junto a alguna bandera de la 2ª República, campeaban enseñas andalucistas, castellanistas, galleguistas, etc., porque se habían dado cita amistosa todos los que acudían a la capital de España para deshacerla.
    Sobre las banderas tricolores, diz que republicanas, no dejo de manifestar mi extrañeza: seguro que a sus portadores no les han explicado en las aulas de la ESO que aquel régimen sacó los cañones a la calle y los dispuso frente al palacio de la Generalidad para hacer frente a la aventura del inconsciente de Companys; tampoco que el pendón de Castilla, enarbolado por los comuneros en el siglo XVI, era carmesí y no morado, y que fue el deterioro causado por el tiempo el que lo decoloró; ya los republicanos del siglo XIX -sagaces ellos- optaron por inventar algo que carecía de rigor heráldico, pero en fin…
    Me dicen los cronistas que estas enseñas castellanistas, anfitrionas de las esteladas, pertenecían a un partido llamado Izquierda Castellana, emparentado con otros del mismo jaez en esa tierra y emparentados con el resto de ismos empeñados en desmembrar una tarea de siglos llamada España; dicen tales cronistas que todos ellos tienen en común el rasgo de ser soberanistas, es decir, en román paladino, separatistas y antiespañoles; como elemento común, ostentan una estrella solitaria.
    Echo mano a mis conocimientos de historia y me remonto al origen de otras banderas estrelladas de allende del Atlántico, por ejemplo, Puerto Rico, Cuba y aquella efímera Republica de Texas de la que el cine nos ha mostrado tantas falsificaciones. Como no soy experto en vexilología, busco información al respecto y esta me relaciona la estrellita de marras con elementos masónicos; tampoco soy muy avezado en estos terrenos, pero recuerdo que he visto este símbolo en el monumento a Ferrer y Guardia que manos piadosas erigieron en el campus universitario del Valle de Hebrón barcelonés; allí me informaron que la estrella de cinco puntas representaba los atributos del Gran Maestre, pues tal era el título del mencionado pedagogo.
    Al parecer, esta estrella recibe diversos nombres: pentagrama, tetragrámaton, pentalpha… y sus puntas significan la conjunción de Aire (inteligencia), Agua (emoción), Tierra (seguridad), Fuego (pasión) y la superior la vinculación con el espíritu, encarnado en el Gran Arquitecto. Poco dado al ocultismo y escasamente interesado en lo esotérico, paso página apresuradamente y me centro en lo que para mí es la principal preocupación de estos días, muy por encima de las maniobras preelectorales de los políticos que chupan machaconamente las cabeceras de prensa: la unidad de España.
    En Madrid se dieron cita todos los que se niegan a ser españoles; tremenda paradoja: se unieron los enemigos de la unidad. Bien mirado, es un reflejo de que el régimen de la Transición contribuyó poderosamente a acrecentar un problema latente y a perseverar lastimosamente en aquella definición de España como perpetuo borrador inseguro; de paso, a poner de actualidad aquella frase atribuida a Bismarck sobre que España era una gran nación, pues sus hijos se empeñan continuamente en destruirla y no lo consiguen.
    Sin embargo, no caigamos en el derrotismo: seguro que hay muchísimos españoles que no participan de esa alucinación desmembradora de los ismos y de las estrellas solitarias. La gran mayoría del pueblo español es, de forma natural, catalana, castellana, andaluza, vasca, gallega o murciana, sin echar mano del odioso sufijo que, añadido a su gentilicio, indica la imposibilidad de conjuntar la querencia natural a su patria chica con el amor a su Patria grande y común.
    Tampoco a esta gran mayoría de españoles no alucinados les conviene añadir un ismo a sus afanes, pues, en ese caso, estarían cayendo en el mismo error que los segregadores. Por ello, rechazo el apelativo de españolista con el que me tildan en mi región; no es españolismo mi afirmación, sino españolidad, lo que, por otra parte, me emparenta con conceptos abiertos y universales con los que también me identifico, como hispanidad y europeidad. Ya dijo el maestro Eugenio d´Ors que para algunos las fronteras son una linde; para otros, una tentación.