Los muros del Sahara
Luis de Carlos Calderón. Una de las maravillas de la arquitectura es la gran muralla china, construida como protección fronteriza, de la que se conserva casi un tercio de los 20.000 Km. originales. La de Ávila con sus 2.516 m o la de Lugo con sus 2 Km. son orgullo de España. No tienen la misma consideración los llamados muros de la vergüenza comenzando por el destruido de Berlín o por el menos conocido del Sahara que dividía el primero y divide el segundo tierras y poblaciones de una misma realidad nacional. Arabia Saudí, promotora de todo integrismo islámico y de persecuciones al cristianismo, financió el muro del Sahara: una construcción de 2.700 kilómetros de paredes de arena y piedras, alambradas y zanjas antitanques rodeada de varios millones de minas, antipersonas y anticarros, y vigilada por más de 160.000 soldados con un sofisticado sistema de detección por radares.
Tras el consabido abandono de España del territorio saharaui y la posterior invasión de Marruecos, se produce una desigual guerra entre un pueblo pacífico, que prácticamente no tuvo quebraderos de cabeza en su convivencia con el resto de los españoles, y una nación con un ejército organizado como es el del sultanato alauita. Sin embargo, la teórica superioridad militar no se fraguó en un triunfo definitivo frente a una guerrilla digna de los mejores tiempos de España. La construcción del muro iba a suponer, precisamente, evitar la sorpresa de la guerrilla, una defensa siempre organizada en orden a una rápida respuesta impidiendo el encuentro de los saharauis combatientes con quintas columnas dentro del territorio ocupado y el etcétera que quieran añadir los expertos militares. Además, ofrece al estado marroquí la garantía de la explotación exclusiva de las riquezas de tierra y mar que pertenecen por derecho propio al pueblo saharaui.
Este largo y complejo muro, ante el silencio de gran parte de la comunidad internacional, nos interpela a todos. Es, en pleno siglo XXI, una manifestación del dominio de un amigo del poderoso que encuentra una complicidad delictiva entre los demás poderosos de la tierra lo que implica la existencia de otro muro no visible que, sin embargo, se convierte en el más decisivo. Ese muro invisible está minado por los dos lados: por uno por la razón ya expuesta del silencio cómplice de los gobiernos mayoritariamente occidentales y sus tratados con Marruecos en lo que pertenece al Sahara y por el otro por los gobiernos que rodean a la RASD, los presididos por los Chávez, Evos, Correas, Ortegas, etc., capitaneados por los Castro como hemos denunciado en los anteriores artículos.
Si el muro físico de la vergüenza se puede destruir en breve tiempo, desde el momento que se posibilite el reconocido derecho a la autodeterminación, el otro muro invisible a modo de tela de araña tejida a lo largo de muchos años va a ser más difícil y tendrá que contar con todos aquellos que, alejados de posiciones totalitarias más que fracasadas, han permanecido preocupados, pero inmóviles, ante el minado de los lados del muro invisible. En este contexto, la gran familia de la Hispanidad debe destacar en el primer puesto.