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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

Pues la sociedad española también tiene sus pongos

Los pongos nacionales

Manuel Parra Celaya. ¿Han caído ustedes en la cuenta de que todos tenemos en nuestros domicilios infinidad de objetos, papeles, fruslerías, que, en un momento dado, quedaron depositados sobre un mueble con carácter provisional y que han adquirido la categoría de la permanencia? Suelo decir que forman parte del paisaje familiar y recrimino cariñosamente a los míos para que los hagan desaparecer cuanto antes  -si son producto del desorden o del olvido- o que sean relegados a una caja que debe almacenarse en el trastero, si es que no merecen ir inexorablemente a la basura. La simpatía veinteañera de mi hija los llama pongos: pongo esto aquí, pongo esto allí… 

 La mayoría de estos pongos son ligera o absolutamente cursis, cuando no horteras; con el tiempo se vuelven odiosos. Piensen ustedes en esa figurita recuerdo-típico que nos trajo un amigo de sus viajes; o el inevitable bolígrafo de forma curiosona y escritura atropellada que perdura en la mesita del teléfono hasta que, comprobado que el tiempo ha secado la tinta, se arroja con gusto a la papelera; o ese número de un sorteo de viaje de fin de cuso de colegio que nunca habíamos mirado y resulta que correspondía a dos años atrás…

 Pues la sociedad española también tiene sus pongos, igualmente detestables, que forman parte ya del paisaje habitual y no encontramos el momento ni la forma de desprendernos de ellos. Pongo aquí el partidismo de lo más sectario, al que se le da un ardite el bien de la colectividad; pongo allí el entramado financiero, heredero de la cultura del pelotazo, inmune a la crisis que afecta al resto de los mortales; pongo aquí una suculenta política de subvenciones para asegurarme buena clientela; pongo allí una financiación irregular de tal o cual partido  -en general, todos- o el enriquecimiento personal de este o de aquel político – aquí no diré “de todos” porque  habrá más de uno honrado-; pongo allí la demagogia de unos cuantos y la estupidez de otros muchos; pongo allí la terrible falta de trabajo y aquí a los ni-ni que no quieren trabajar ni estudiar; pongo allí un sistema educativo que nos coloca en el culo de Europa, y allí los nacionalismos identitarios –vulgo, separatismos- , conjunción de aldeanismo atroz y de caciquismo avispado…

  El lector puede ir, a su gusto, ir añadiendo otros  numerosos pongos que ahora no quiero que me vengan a la memoria, según se lo sugiera la lectura de la prensa diaria, los telediarios o su aguda observación personal. Lo cierto es que tenemos nuestra casa  -antes denominada Patria- atestada de inutilidades y, lo que es peor, de elementos perjudiciales para la salud colectiva, no por el polvo que acumulan, como los domésticos, sino porque son síntoma y a la vez causa de enfermedades sociales de muy difícil curación: vulgaridad y chabacanería, insolidaridad, injusticia, desunión, desigualdad, vacío de valores…

 Supongo que, a estas alturas, los propagandistas de la marca España habrán puesto el grito en el cielo y me habrán llovido las acusaciones de derrotista y de antipatriota. Allá cada cual con su opinión. Me tengo por español patriota, pero, igual que a Baroja, no me agrada el patriotismo de la mentira. Porque lo que ocurre es que, como un ilustre paisano del anterior, Miguel de Unamuno, me duele España. Añadiré que profundamente.