José Mª García de Tuñon Aza. Hace muy poco un veterano periodista madrileño me decía: que hoy hablar de Franco si no pones antes la palabra «asesino» te pueden caer encima las 7 plagas de Egipto. Es posible, por lo que se lee y se oye, que haya algo de verdad, pero no voy ahora a escribir de Franco, sino de unas frases que he leído en uno de los fascículos que con el título «Asturias bajo el franquismo» había distribuido, entre sus lectores, el diario «La Nueva España» de Oviedo. Como no estoy entre esos lectores no me había enterado hasta que un buen amigo me ha dejado darles un repaso.
Es cierto que cada uno puede escribir su propia historia: la que ha vivido, la que le han contado, la que ha leído o, simplemente, la que se ha inventado. Del repaso que di a esos fascículos me llamaron la atención muchas cosas, pero sólo quiero detenerme, en este alegato, en unos párrafos porque no dispongo de espacio para más.
En la página 101, con referencia a nuestra guerra civil, he podido leer estas palabras:
La Iglesia católica no permaneció neutral y desde el `primer momento se posicionó junto a los sublevados contra la República. Ello exacerbó la persecución religiosa en el lado republicano con lo cual las víctimas de ésta fueron presentadas como mártires de la “causa nacional” .Esas víctimas dieron una excusa, a posteriori, a la Iglesia para justificar su total compromiso con los sublevados. Dentro de la Iglesia apenas hubo alguna voz que se preguntara por qué ocurrió aquella, ni que tratara de ahondar en las causas que la motivaron. .
Es decir, el autor de estas letras, como si fuera un prestidigitador, se salta la Historia, y la comienza en el momento que a él más le conviene. Nada nos dice cómo fue el advenimiento de la II República, una especie de parto sin dolor que al poco tiempo dejó dolorida a media España cuando comenzó a quemar iglesias y expulsar al cardenal Segura. Peor no podía haber empezado. Nada nos dice de la disolución de la Compañía de Jesús; la secularización de todos los cementerios del país, o de hacer desaparecer el crucifijo de las escuelas. Es entonces cuando Unamuno escribe: «En vez de un crucifijo o de un Sagrado Corazón de Jesús, ¿qué? ¿Una hoz y un martillo? ¿Un yugo y un haz? ¿Una cruz ganchuda y una porra? ¿Un compás y una escuadra? ¿Una escoba y un cepillo? ¿O acaso una culebra…?». Para el autor de aquellas palabras no existió la Revolución de Octubre del 34 donde serían asesinados 37 eclesiásticos, algunos muy jóvenes porque eran aún seminaristas. Todos ellos fueron privados de que más tarde `pudieran preguntar «por qué ocurrió aquella», que tanto preocupa al autor del fascículo. No existió, al parecer, la voladura de la Cámara Santa de la catedral de Oviedo, donde, los “dueños” de ella “explotaban a los trabajadores” para eso hicieron la revolución, para terminar con los capitalistas, con los tiranos del obrero, y por ello nada mejor que acabar con los curas, aunque fueran seminaristas, y quemar iglesias que nada tenían que ver ni con lo uno ni con lo otro.
El mismo Azaña se hace eco en una carta que escribe a su cuñado, Cipriano de Rivas, el 17 de marzo de 1936: «Hoy nos han quemado Yecla: 7 iglesias, 6 casas, todos los centros políticos de derecha, y el Registro de la Propiedad. A media tarde, incendios en Albacete, en Almansa. Ayer motín y asesinatos en Jumilla. El sábado en Logroño, el viernes en Madrid, tres iglesias. El jueves y viernes, Vallecas... Han apaleado en la calle del Caballero de Gracia a un comandante, vestido de uniforme, que no hacía nada. En Ferrol a dos oficiales de artillería; en Logroño acorralaron y encerraron a un general y cuatro oficiales... Lo más oportuno. Creo que van más de doscientos muertos y heridos desde que se formó el gobierno, y he perdido la cuenta de las poblaciones en que han quemado iglesias y conventos: ¡Hasta en Alcalá!».
Nada más comenzar la guerra ya asesinaron al estudiante salesiano Zacarías Abadía; al pasionista P. Abilio de la Cruz; al director del colegio Gabrielista, hermano José Adrián; al estudiante claretiano Onésimo Agorreta; al franciscano P. Laurencio Alday de la Torre, etc. etc.
El 15 de agosto el periódico «Solidaridad Obrera», de Barcelona,, en gruesos titulares decía en su primera página: «¡Abajo la Iglesia!», Y subtitulaba: «La Iglesia ha de ser arrancada de nuestro suelo».
Ahora permítanme una pregunta: ¿Con este panorama puede extrañar a alguien que fue equivocado el camino que tomó la Iglesia? Parece que al autor del párrafo que trascribí, sí.