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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

¿Ustedes lo entienden?

Los que se consideran a sí mismos laicistas no se les pasa una sin aludir a la Iglesia Católica

Manuel Parra Celaya. ¿Ustedes lo entienden? Resulta que a los que se consideran a sí mismos laicistas no se les pasa una sin aludir a la Iglesia Católica, sea con tl motivo de la dimisión de un Papa, de la elección de otro o de la descripción abigarrada de las tropelías en el pasado de curas trabucaires. Esta atención hacia lo religioso está exclusivamente centrada, como digo, en el Catolicismo  -del que abominan- pero en ningún caso se refieren a cualquier otra confesión, cristiana o no cristiana; del Islam, por supuesto, ni hablar…

    Yo no lo entiendo. A un servidor, por ejemplo, le trae el pairo lo que diga o haga el Gran Lama o la Iglesia de la Cienciología, por mucho que Tom Cruise milite en ella; todo lo más podré sentir cierta curiosidad cultural, pero me libraré muy mucho de pontificar al respecto. Pues los laicistas, a la inversa: tienen fijación con los católicos, vaya por Dios.

    En nuestro caso concreto familiar, podríamos encontrar una explicación en el chascarrillo atribuido a Foxá: los españoles siempre  vamos con los curas, o delante con un cirio o detrás con un palo. Porque nuestros laicistas  -salvo que tengan el colmillo muy, pero que muy retorcido (que también haylos)- son, en el fondo, españoles, y herederos de una tradición que a lo mejor se remonta al Arcipreste de Hita.

    Más modernamente, la herencia les viene de los come curas del siglo XIX, más que de los asesinos de frailes, monjas, sacerdotes y obispos  -por el simple hecho de serlo- de nuestra guerra civil; a este respecto, acepto el ¿atenuante? de la incultura y el odio de las masas, pero no el de la perversidad de los ideólogos e inductores de los asesinatos. Aquellos, los decimonónicos, eran, en el fondo inocentones  -salvo cuando echaban la culpa a los frailes de lo mal que habían salido los toros una tarde y se lanzaban a la degollina-; si hoy tomamos una novela de aquellas de cura lujurioso de Galdós o Clarín, encontraremos que sus tesis están más cerca de los actuales retos de la Iglesia que de la polémica de su momento histórico.

    Uno de los momentos del año más proclives al entusiasmo de nuestros laicistas es, paradójicamente, la Semana Santa; de cara a la galería le llaman “vacaciones de primavera”, pero no desaprovechan oportunidad de presenciar procesiones, aunque solo sea por lo de la tradición cultural; no sé cuántos serán cofrades, penitentes o costaleros, pues solo Dios puede penetrar en las conciencias.

    Claro que, en nuestros días, también cabe distinguir entre ideólogos y fanáticos –los que, por ejemplo, impusieron durante el gobierno de Zapatero los grandes temas que, por cierto, el gobierno de Rajoy no se ha atrevido a derogar- y los que llamaremos, cariñosamente, folclóricos. Hoy no me referiré a los primeros,  porque me he levantado de buen talante  y no quiero echarme a perder el día, y sí de los segundos. A poco que rasques, resulta que esta variante laicista, la más numerosa, procede de colegios católicos o de organizaciones parroquiales; puede que alguno, incluso, haya sido monaguillo, con lo que seguro que su religiosidad era más de sacristía que de de altar…

   La frase preferida de estos laicistas suele ser la de “Yo creo, en el fondo, en Dios pero no en los curas”, lo que constituye una solemne tontería, pues yo puedo ver, oír y pellizcar, si se me apura, a un sacerdote, con lo que no se trata de creencia sino de evidencia sensorial. El segundo tópico es el de repartir las riquezas de la Iglesia entre los necesitados, lo cual puede entenderse en un sentido literal o en la nefasta experiencia que llevaron a cabo en España, hace casi doscientos años, Mendizábal y Madoz, con los resultados culturales, sociales y económicos conocidos en que la riqueza fue a parar a manos de los menos necesitados precisamente.

    Pero seamos serios. Estos laicistas no ideológicos ni fanáticos son producto, en muchas ocasiones, de las carencias que los que nos consideramos católicos ofrecemos a los ojos del mundo, concretamente la de no ser capaces de poner en el centro de nuestra conducta la figura de Jesús de Nazaret. Y, en este sentido, es esperanzadora la atención que los gestos iniciales del Papa Francisco han producido entre algunos laicistas que conozco. Para los otros  - de los que, insisto, no quiero hablar-poca importancia tendrá que el Santo Padre sea un gigante de la teología, capaz del diálogo con Habermas, como Benedicto XVI, o un vendaval de fe que derriba regímenes comunistas, como Juan Pablo II; su enemiga es y será  siempre la Iglesia Católica, la pecadora y llena de defectos, por estar constituida por hombres, y, a la vez, santa, por velar sobre ella el Espíritu.

    Porque la diferencia más importante suele ser que el laicista folclórico es producto de la falibilidad de los seres humanos  -incluida esa Curia Romana con la que se va a enfrentar el Papa Francisco- y el otro tipo suele obedecer más a ámbitos sectarios  - que viene de secta- cuyas consignas propagandísticas no sabemos muy bien de qué covachuelas provienen.