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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

La contradicción de los sindicatos nacionalistas

Los sindicatos no deberían tener carácter de partidos políticos

Pedro Sáez Martínez de Ubago. Un sindicato es una asociación integrada por trabajadores en defensa y promoción de sus intereses sociales, económicos y profesionales relacionados con su actividad laboral. Respecto al centro de producción (fábrica, taller, empresa) o al empleador con el que están relacionados contractualmente.

A grandes rasgos pueden distinguirse los sindicatos de ramo, que agrupa a los trabajadores conforme la actividad de la empresa en la cual se desempeñan, de los sindicatos de oficio, que agrupan a quienes se desempeñan en cierto oficio con independencia de la actividad de la empresa en la cual trabajan.
Pero, si algo deberían tener en común los sindicatos es que nacen, no frente a lo que se ha querido considerar una evolución de los gremios del Antiguo Régimen, sino como respuesta a la explotación que sufren los trabajadores como consecuencia de la revolución industrial, pretendiendo luchar internacionalmente contra esta explotación y lograr un orden social más justo e igualitario.

Es decir, un sindicato, sería un símbolo de solidaridad internacional entre los obreros por encima de las fronteras. Así, en 1862 dirigentes sindicales ingleses (Trade Union) y obreros franceses (enviados por Napoleón III) se reunieron con ocasión de una exposición internacional en Londres, donde se fraguó la idea de crear una organización internacional.

Dos años después, en 1864, nacería la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) o Primera Internacional, fundada en Londres en 1864, donde se agruparon inicialmente a los sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos republicanos. Porque, pese a sus diferencias, coincidían en unos fines, que no eran otros que  la organización política del proletariado en Europa y el resto del mundo, así como crear un foro para examinar problemas en común y proponer líneas de acción. En esta iniciativa colaborarían personajes tan dispares como Marx, Engels o Bakunin…

Posteriormente, las diferencias programáticas existentes entre Marx y los partidarios del socialismo científico, y Bakunin y los partidarios del anarquismo colectivista, llevarían a la escisión entre ambos sectores (marxistas y bakuninistas).

Los primeros, propugnarían la formación de una internacional de partidos obreros fuertemente centralizados, con un programa de mínimos basado en la lucha por conquistas sociales y laborales concretas, y uno de máximos basado en la lucha por la revolución social a través de la conquista del poder del Estado. Por su parte, los segundos defenderían un modelo revolucionario basado en la organización asociativa-cooperativa (federalismo social) que rechaza el poder centralizado, y, por consiguiente, el recurso a la violencia, como medio.

Pero está claro, que en unos y otros, dentro de sus disparidades ideológicas, subyacía la raíz común de la defensa de los diversos intereses de los trabajadores, por encima de otras consideraciones de carácter tanto político cono nacionalista.

Sin embargo hoy, frente a la evidencia de lo que fue; y frente a la lógica de lo que debería ser; en vísperas de lo que podría ser la primera Huelga General de de Unión Europea de 14 de Noviembre -huelga que, dejando al margen otras valoraciones sobre su oportunidad, es una huelga especial, convocada en diversos lugares de Europa, y la primera huelga no vinculada directamente a una reforma laboral o un estado en exclusiva, debe interpretarse en la clave del descontento general que apunta al poder de la Troika y el endeudamiento y la deuda como principales motores de la miseria en toda Europa y a los gobiernos en tanto representantes de los intereses del Banco Central Europeo- encontramos el hecho del cainismo que, ponderando la taifa o haciendo prevalecer los partidismos frente al bien común, enfrenta a los sindicatos españoles, entre los denominados sindicatos nacionales, como UGT y CCOO, frente a los sindicatos nacionalistas vascos ELA y LAB.

De esta forma, mientras en Europa irán a la huelga grandes potencias como  Portugal, Grecia, Italia, Chipre y Malta, frente a otros países como Francia, Alemania o Bélgica donde se va a hacer movilizaciones muy importantes en clave de solidaridad con el conjunto de los trabajadores y la ciudadanía europea; en España, donde no es menester volver a hacer hincapié en que el actual sindicalismo, parasitario y paniaguado de nuestro estado social y democrático de derecho, no es para nada ni en nada ejemplar, al menos si entendemos la ejemplaridad en la carga semántica que pueda tener de positivo, vemos que los sindicatos no se preocupan por los seis millones de parados, ni por el cada vez mayor endeudamiento que está conduciendo a los españoles al umbral de la pobreza o la desesperación del suicidio, sino por el enfrentamiento que los partidos políticos tienen según procedan de las ramas de Pablo Iglesias o Sabino Arana.

Así, contemplamos el desolado panorama de unos sindicados mediatizados por los intereses partidistas que asolan España y no favorecen para nada nuestra imagen exterior, pues vienen a probar que los españoles que no son capaz de unirse ni en defensa de su más elemental interés económico, bien común y justicia social.

Por eso, en las provincias, Vascongadas y Navarra, donde los hijos de Sabino tienen alguna relevancia, el obrero, el español, la sociedad, se van a ver víctimas de unos líderes sindicales que bien podrían tildarse de “esquiroles”, los que encabezan  Eusko Langileen Alkartasuna-Solidaridad de los Trabajadores Vascos (ELA-STV) de filiación urkulliana y los radicales proetarras de LAB, incapaces uno y otro, por los más diferentes pero no desconocidos ni aviesos motivos de secundar, hasta en el campo de la Justicia social, cualquier iniciativa que, a su entender y cortedad de miras, parta del centralismo madrileño.

Recordemos en este sentido la doctrina que, sobre partidos políticos y sindicatos, promulgó Juan Pablo II, el Papa que, posiblemente más haya vivido los problemas del movimiento obrero: “Los sindicatos no tienen carácter de partidos políticos que luchan por el poder, y tampoco deben estar sometidos a las decisiones de los partidos, o tener vínculos demasiado estrechos con ellos. En tal situación, fácilmente se apartan de lo que es su cometido específico, que es el de asegurar los justos derechos de los hombres del trabajo en el marco del bien común de la sociedad entera, y se convierten, en cambio, en un instrumento de presión para realizar otras finalidades” [Laborem Exercens, 20].