Beatriz Bullón. 13 de Octubre.
Últimamente nos llegan de todos los medios de comunicación noticias sobre nuevos casos de violencia en las aulas, hay violencia entre los compañeros y se maltrata a los profesores. Filmaciones de algunos de estos casos hacen realidad el presupuesto hobbesiano de que el hombre es un lobo para el hombre. Si esto es así, para evitar que los ciudadanos se devoren, la autoridad debe ser fuerte, y a esta lógica conclusión llegó Hobbes, al que se considera padre del totalitarismo.
Quizás nuestros gobernantes quieran aprovechar esta situación para justificar su educación para la ciudadanía. A veces, así lo han dicho, pero no debemos caer en su trampa.
El principal educador de nuestras leyes es el propio niño, que siguiendo teorías educativas constructivistas, se autoeduca y autoevalúa comprobando por sí mismo si va adquiriendo los aprendizajes y conductas que le va señalando la ley. De esta manera, en nuestro sistema educativo, el Estado instruye y forma a nuestros hijos como a semidioses y a padres y profesores apenas les queda autoridad. El propio Consejo de Estado en sus informes sobre los Reales Decretos de enseñanzas mínimas de la Educación Primaria y Secundaria recomendaba incluir “el respeto a padres y profesores, la aptitud para aprender y escuchar el consejo y orientación de unos y otros y la sensibilidad para apreciar el ejemplo que puedan constituir”, ni que decir que su recomendación no se tuvo en cuenta.
Con posterioridad, en el curso pasado, los padres hemos consentido que nuestros legisladores nos indiquen cómo aplicar el deber de corrección a nuestros hijos en sus más mínimas manifestaciones. Ya nadie dará un azote a su pequeño sin mirar a ambos lados de la calle. A esto añadimos que un profesor tiene muy complicado imponer sanciones disciplinarias, pues puede llegar a verse implicado todo el centro escolar, desde la dirección hasta el equipo de limpieza.
Ante lo dicho, no podemos ser pesimistas, debemos ser compelidos a la acción y recordar que los padres somos los primeros educadores de los hijos, que nuestro deber es también derecho y que es anterior a cualquier otro de la comunidad política. La autoridad estatal deberá garantizar y promover, pero no es su función absorver a los padres, o subrogarse en el lugar de éstos. Esto deberemos dejarlo claro utilizando todos los recursos a nuestro alcance, desde posibles iniciativas legislativas populares a la coordinación con los profesores en el ámbito escolar.
Nuestros hijos deben saber que la verdadera libertad no es simplemente posibilidad de autodeterminación. Es actuación conforme al bien, que supone la actuación conforme a nuestra naturaleza que busca la verdad.
Nuestros gobernantes deben conocer lo dicho por Platón en su República: “el afán insaciable de libertad, con la indiferencia para todo lo demás, es lo que asegura el paso de la democracia a la tiranía”