Paco Ochoa. 14 de noviembre.
Es, por derecho propio, la principal heredera de una gloriosa tradición de mujeres que han hecho grande a la música del gran país del otro lado del Atlántico. No hay que forzar mucho la memoria para recordar a artistas geniales como Joni Mitchell, Carole King, Emmylou Harris o Judy Collins. Bien componiendo o interpretando, estas chicas llenaron el mundo de armonías, buenas vibraciones y grandes canciones y sin ellas sería inimaginable el grado madurez y calidad que alcanzó la canción de autor americana en la década de los setenta. Pasados algunos años, otras compañeras de vocación cogieron el testigo, pero, probablemente, ninguna lo hizo con la fuerza y talento como nuestra protagonista de hoy. Una gran señora que responde al nombre de Lucinda Williams.
La carrera de Lucinda ha sido curiosa. Nacida en Louisiana en 1953, hija de un poeta y profesor de literatura, grabó sus dos primeros discos en 1978 y 1980 sin que prácticamente nadie se percatara de ello. Fue casi diez años después, en 1988, cuando apareció Lucinda Williams, un trabajo que empezó a darla a conocer al gran público y que contenía una composición, llamada Passionate Kisses, que años más tarde, concretamente en 1992 y en la versión de Mary Chapin Carpenter, sería clave en el lanzamiento mundial de nuestra chica. El siguiente paso fue también afortunado con un nuevo álbum, titulado Sweet Old World (92), que volvió a conquistar a crítica y público y coincidió con la afortunada versión de la Carpenter que consiguió Grammys y demás premios. Todo estaba, por lo tanto, ya dispuesto para que la definitiva consagración le llegase en 1998, con un Car Wheels on a Gravel Road que desde el mismo momento de su aparición se convirtió en un autentico clásico del country rock del pasado siglo.
A partir de ahí, la de Louisiana se ha convertido en una de las figuras más respetadas de la música actual, ha seguido grabando buenos discos -extraordinario el doble directo de 2005- y construyendo paso a paso uno de los lenguajes más personales y ricos del panorama actual.
Ahora vuelve con Little Honey, una nueva grabación en la que alterna momentos más enérgicos, como Real Love, con magníficas baladas marca de la casa como If Wishes Were Horses o Knowing y afortunadas colaboraciones como la de Elvis Costello en Jailhouse Tears. Otro disco excelente al que solo le pondría una pega: la excesiva duración. Hay temas como Rarity que superan los 8 minutos y hacen que el final del compacto se eternice sin necesidad alguna. Cosas, dicen, de la auto- indulgencia.