MARIA SANTÍSIMA, FIEL HIJA DE LA IGLESIA CATÓLICA
Fidel García Martínez. En el Capítulo 9 del libro VIII de la Mística Ciudad de Dios- obra cumbre de la literatura mística- Sor María Jesús de Ágreda, narra con gran candor y creatividad los últimos días de la Santísima Virgen en este mundo, previos a su Asunción Gloriosa a los Cielos en cuerpo y alma. Ella sabe muy bien que en los Evangelios canónicos no aparece este tema.
Sí en el famoso Misterio de Elche María Santísima se despide de los Santos Lugares y de la Iglesia Católica. Introduce, su autora la Abadesa Concepcionista de Ägreda, este tema con un reconocimiento explicito de la dificultad de tratar esta cuestion, porque según confiesa, no tiene ni las razones ni las palabras suficientes para poder comunicar esta despedida de Nuestra Señora. Tampoco encuentra ninguna comparación ni figura literaria que le pueda ayudar en este intento; solo le sirve el fuego como símbolo del amor ardiente de Santa Maria hacia la Iglesia Católica, que para ella en los futuros siglos la llamarán Romana.
Para la Virgen María la Iglesia es su Madre y Señora; tesoro verdadero de su alma y único consuelo en su destierro; refugio y alivio de sus trabajos, su único recreo y esperanza. En la Iglesia Católica la Virgen Madre ha vivido como peregrina. Ha recibido de ella el ser de gracia. Siguiendo con este reconocimiento explicito de la importancia de la Iglesia en su vida, Sor María de Jesus pone en boca de María Santísima estas conmovedoras palabras de acción de gracias: “ Iglesia Santa, me has sustentado después que de ti recibí el ser de gracia, por tu cabeza y la mía. Cristo Jesús mi Hijo y mi Señor. En ti, Iglesia Santa Católica, están los tesoros y riquezas de sus merecimientos infinitos. Tú eres para sus fieles hijos el tránsito seguro de la tierra prometida y tú les aseguras su peligrosa y difícil peregrinación. Tú Santa Iglesia, eres la señora de las gentes, a quien todos debemos reverencia; en ti están las joyas ricas de inestimable precio: las angustias, los trabajos, las afrentas, los sudores, los tormentos, la cruz, la muerte; todos consagrados con la de mi Señor, tu Padre, tu Maestro y tu cabeza. Tú me has adornado y enriquecido con tus preseas para entrar en las bodas del Esposo; tú me has enriquecido y prosperado y regalado, y tienes en ti misma a tu Autor Sacramentado. Dichosa Madre, Iglesia mía militante, rica estás y abundante de tesoros. En Ti tuve siempre todo mi corazón y mis cuidados; pero ya es tiempo de partir y despedirme de tu dulce compañía, para llegar al fin de mi carrera, aplícame la eficacia de tantos bienes, y báñame copiosamente con el licor sagrado del Cordero en tí depositado, y poderoso para santificar a muchos mundos. Yo quisiera a costa de mil vidas, hacer tuyas a todas las naciones y generaciones de los mortales, para que goazaran tus tesoros. Iglesia mía, honra mía, ya te dejo en la vida mortal, mas en la eterna te hallaré gozosa en aquel ser donde se encierra todo. De allá miraré con cariño y pediré siempre tus aumentos y todos tus aciertos y progreso”.
En este breve pero sustancial texto se percibe el gran amor que Sor María de Jesús de Agreda sentía por la Iglesias Católica Romana.