Mayormente
López Aguilar demostró mucha más fluidez verbal, manejó los tópicos de su ideología con auténtica maestría, engañó con suma habilidad, fue mendaz con una extraña elegancia canaria, y no se despeinó para acorralar a un candidato de la derecha que, cómo no, renunció deliberadamente a defenderse. Mayor puso la otra mejilla, y el candidato socialista se la reventó a crochets dialécticos de forma inmisericorde.
Si el pueblo fuera sabio, si la mentira fuera causa de inhabilitación, si la solidez argumental cotizase al alta frente a la verborrea fútil, ahora podríamos hablar de una victoria del PP en el primer debate televisivo. Pero no es así. López Aguilar hizo con Mayor lo mismo que Zapatero, hace un año, con Rajoy. Atacar, morder, mentir, acusar, y si es preciso calumniar, injuriar o insultar. Los socialistas salen a los platós a comerse el mundo para poder gobernar; el PP, este PP de Rajoy, sale a los platós a cubrirse la cara para no aparecer con moratones en las fotos.
¿Y, en fin, qué podemos esperar en las urnas? No es fácil saber qué influencia tienen estos debates, por otra parte aburridos y soporíferos por su estructura previsible y esclerotizada, en la decisión final de los votantes, pero es obvio que si este primer asalto puede movilizar a indecisos, lo hará hacia la izquierda.
El Partido Popular tiene que reflexionar. De una vez por todas, tiene que despertar de su letargo idiota, desatar sus complejos irracionales y plantar cara de una vez como espera media España. Mayor hablaba sin fuerza, sin pasión, sin convicción; y no, seguramente, por sus ideas personales, que intuyo son mejores que las de su jefe, sino por la blandura, mediocridad e incoherencia existencial del partido. Un partido que sigue a la deriva y que, si nadie lo remedia, seguirá por mucho tiempo en la oposición. Mayormente.