Miguel Ángel Guijarro. Viendo la cara de David Villa en la concentración de Sudáfrica, cualquiera diría que el asturiano está a punto de entrar en la lista del Inem, que ha perdido un ser querido o que su vivienda está a punto de ser embargada. Rostro serio, mirada al suelo, pocas palabras, solitario… lo dicho cualquiera diría que se cierne sobre él un gran mal. Sin embargo, todo lo que le rodea es brillante, bate récords de goles con la selección en cada partido, se lo rifan los grandes equipos del fútbol europeo y los millones de euros se agolpan en su chequera. Entiendo que el futbolista tenga la cabeza entre Valencia, Madrid y Sudáfrica, comprendo que ese futuro incierto le haga estar taciturno pero lo que no entiendo es la falta de naturalidad del jugador en todo este asunto. No comprendo su distancia con la gente, los compañeros y los medios de comunicación. No pasa nada por decir que no quiere hablar de ese asunto, que no le preguntemos por los fichajes, por lo que dice Florentino Pérez, por su representante José Luis Tamargo, ni siquiera por lo que se cuece en Valencia, pero de ahí perder la sonrisa y casi hasta la educación negando el saludo, dista un mundo. Espero por el bien de Villa que se solucione el ‘problema’ (menudo problema dirán aquellos que lean esto y no tengan trabajo) y podamos ver de nuevo a ese ‘guaje’ sonriente, distendido, simpático y sobre todo goleador, porque eso es lo que todos queremos, que Villa marque muchos goles con la camiseta de España, que nos ayude a meternos en semifinales mañana frente a Sudáfrica y que nos lleve hasta la Final para ganarla. Eso es lo que todos queremos de David, luego su futuro le afecta a él y a su entorno, pero ya quisieran muchos poder tener en la cabeza cuántos millones de euros van a cobrar el año que viene. Lo que no puede darnos David Villa es pena, desde luego, a mi no.