Mons. Lefebvre y la Fraternidad de San Pio X
José Bernal. 18 de febrero.
Recientemente, mediante Decreto de 21 de enero de 2009, la Congregación para los Obispos remitía las censuras de excomunión latae sententiae a los obispos de la Fraternidad de San Pio X Bernard Fellay, Bernard Tissier de Mellerias, Richard Williamson y Alfonso de Galarreta.
Las ordenaciones episcopales cismáticas de Mons Lefebvre de 30 de junio de 1988 fueron uno de los sucesos más traumáticos de la Iglesia Católica en el siglo XX. No hay que verlo, sin embargo, como un hecho aislado, sino como la culminación y formalización de un cisma que fue fruto de un proceso de alejamiento y ruptura con el Magisterio y la Autoridad Suprema de la Iglesia. Algunos datos nos pueden ayudar a entenderlo.
Marcel-François Lefebvre nació en el seno de una familia muy religiosa. Tenía seis hermanos sacerdotes y tres hermanas religiosas. Durante sus estudios en Roma coincidió con el Cardenal L. Billot, impulsor del movimiento francés “Acción Francesa”, marcadamente nacionalista y contrario a la democracia parlamentaria, que había sido condenado por Pio IX en el año 1926. Lefebvre se alimentó de sus ideas.
En 1962, Mons. Lefebvre fue nombrado obispo de Tulle (Francia). Dos enseñanzas del Concilio Vaticano II le resultaban altamente difíciles de aceptar: la colegialidad episcopal y la libertad religiosa.
El 1 de noviembre de 1970 fundó (con el consentimiento del obispo de Friburgo, Suiza) en Ecône la Fraternidad de San Pio X y su seminario. La formación intelectual que se impartía era claramente contraria al Concilio Vaticano II. El 21 de noviembre de 1974, Lefebvre acusa a Roma y al Concilio de tendencias neomodernistas y neoprotestantes. Por esta afirmación fue llamado a comparecer ante los cardenales Garrone, Wright y Tabera. El 29 de junio de 1976, ordenó ilegítimamente a 13 sacerdotes en Ecône e incurrió por ello en la pena de suspensión a divinis, quedándole prohibido el ejercicio del episcopado. El 29 de 1987 volvió a ordenar nuevos sacerdotes.
Juan Pablo II, desde el comienzo de su pontificado, buscó con insistencia un diálogo que llevara a un acuerdo con Mons. Lefebvre, con poco éxito, en gran medida debido a la actitud intransigente y desafiante del obispo francés. El Papa pidió en ese esfuerzo la participación del Card. Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El 5 de mayo de 1988 se pactó un protocolo en el que Mons. Lefebvre se comprometía a ser fiel al Romano Pontífice y al Colegio Episcopal y a aceptar la doctrina y la nueva disciplina surgida del Concilio Vaticano II. La Santa Sede, por su parte, “abría” un espacio dentro de la vida y el derecho de la Iglesia para que la Fraternidad pudiera vivir conservando gran parte de su espiritualidad y usos litúrgicos. Sin embargo, de manera sorprendente, el día siguiente, 6 de mayo, Lefebvre se retractó de todo lo acordado y manifestó su intención de ordenar a los cuatro obispos citados al comienzo
Hasta el día anterior a las previstas ordenaciones episcopales cismáticas, Juan Pablo II suplicó fraternalmente a Mons. Lefebvre que reconsiderara su actitud por el bien de la Iglesia. Sin embargo, el cisma se consumó con las ordenaciones episcopales sin mandato pontificio de los obispos Fellay, Tissier de Mellerias, Williamson y Galarreta. El 1 de julio, la Congregación para los obispos publicaba un decreto en el que se declaraban las penas de excomunión latae sententiae de los obispos consagrados y de los consagrantes. Por tanto, los prelados no podían participar en ceremonias de culto, desempeñar oficios o cargos eclesiásticos, ni celebrar o recibir sacramentos.
Desde entonces ha habido movimientos de acercamiento a la Iglesia católica por parte de algunos grupos de miembros de la Fraternidad. De hecho, en 2002 pudo lograrse que los seguidores de Lefebvre en Campos (Brasil) regresaran a la plena comunión con Roma mediante la aprobación para ellos de una Administración apostólica no territorial.
Por su parte, los cuatro prelados ordenados por Lefebvre han manifestado repetidamente su desasosiego y sufrimiento por la situación en que se encontraban tras la incursión y declaración de las excomuniones. Ello ha movido finalmente al Santo Padre al levantamiento de las excomuniones mediante el decreto de la Congregación para los Obispos el pasado 21 de enero.
Como es sabido, la absolución de las censuras (la excomunión es una de ellas) es un derecho del reo cuando éste se ha arrepentido plenamente. No parece que sea el caso. Todo parece indicar que estamos ante un auténtico acto de gracia de Benedicto XVI (un “don de paz” como dice el decreto) encaminado a allanar el camino hacia el retorno definitivo de la Fraternidad. A este gesto benévolo de misericordia del Romano Pontífice debe seguir ahora, y ojala que así sea, el esfuerzo de los prelados y de la Fraternidad para dar los pasos necesarios con vistas a una plena comunión con la Iglesia Católica. Es decir, quedan pendientes dos cosas: el reconocimiento del magisterio del Vaticano II (y de los Papas posteriores) y la forma jurídica que se otorgaría a la Fraternidad dentro de la Iglesia. En resumen, se espera de los obispos perdonados un “testimonio de fidelidad verdadera y de verdadero reconocimiento del magisterio y de la autoridad del Papa y del Concilio Vaticano II” (Benedicto XVI).