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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

¿Existe un desinterés por parte de padres y educadores?

Montañismo, ¿deporte de viejos?

Manuel Parra Celaya. Una de las aficiones de la que no pienso dimitir mientras no me deje Dios de su mano es el montañismo y, en general, la actividad de Aire Libre, que ha sido sabiamente definida de muchas formas pero ninguna de ellas es capaz de abarcar toda la riqueza de sus contenidos y de las vivencias de quien lo practica.
 En el montañismo, entre otras cosas, ponemos a prueba el afán de aventura, inherente al ser humano, nos ejercitamos en un estilo de vida de dureza y vigor, compaginamos la audacia y la prudencia, la responsabilidad y la libertad, el amor a la naturaleza -sin ñoñerías roussonianas ni pseudoreligiones ecologistas- y el compañerismo, cultivamos los valores estéticos y, por qué no, siempre hay lugar para la reflexión y la contemplación ante las maravillas de lo creado y de su Creador.
 Desde un punto de vista educativo, es una de las actividades más completas y que mejor coopera a la forja de una personalidad y de un carácter, además de abrir los ojos a un sinfín de valores. Así lo entendieron los legendarios wandervogel, el escultismo y el Frente de Juventudes, así como todas las entidades fundadas específicamente  para la promoción del montañismo entreniños y jóvenes. ¡Qué les voy a decir yo, inmerso en mi adicción montañera!
 Sin embargo, recientemente estoy siendo testigo de un hecho, que reconozco que puede obedecer a la casualidad o un conjunto de hechos anecdóticos que el crítico lector no se atreverá a elevar a la categoría: sus practicantes asiduos son “viejos”, que es como llaman mis alumnos a quienes sobrepasan los cuarenta o cincuenta primaveras. En los refugios y en los fugaces encuentros en collados, senderos y cumbres, suelo coincidir con quienes pertenecen a mi quinta y aun mayores, pero con escasos jóvenes, y no digamos grupos de niños bajo la experta dirección de un guía. Y no hablo de ochomiles ni cosas por el estilo, que uno no está para esos trotes, con toda sinceridad.
  Suponiendo que el hecho pueda ser generalizado, me gustaría encontrar las causas de que la antigua afición juvenil a sudar la camiseta y el forro polar, calzarse las botas y cargar la mochila se esté perdiendo en la sociedad actual. A riesgo de estar en un error (de lo cual me alegraría mucho), aventuro unas cuentas explicaciones.
 En primer lugar, la desaparición de la formación de la voluntad de los manuales de psicología y pedagogía (lean el ya clásico “El misterio de la voluntad perdida”, de José Antonio Marina); como dice este autor, la palabra voluntad es sospechosa para el pensamiento políticamente correcto y ha sido expulsada de aulas y gabinetes orientadores. Unida a ella, encontramos una ausencia casi total de pedagogía del esfuerzo, imprescindible para hacer frente, no solo a las montañas e inclemencias naturales. Sino para la propia vida, especialmente en las épocas de crisis, si es que hay alguna que no lo sea.
 Otro factor es el desprecio sistemático a lo que obligue a ser constante; se priva la espontaneidad o todo aquello que suponga una atracción momentánea y fugaz, no permanente; por ello, no es extraña la práctica del puenting o de cualquiera de los deportes de riesgo que se ofrecen a la par a ejecutivos y a escolares, en una oferta comercial muy distinta de aquella de antaño de las organizaciones juveniles altruistas. Me imagino que es un síntoma más de la sociedad postmoderna, que prefiere la improvisación y el divertimento para unos instantes, pero se niega a la perseverancia en una práctica; este factor también explicaría por qué ha descendido brutalmente la afiliación a esas asociaciones juveniles señeras: existe una especie de rechazo, sobre todo por parte de los papás, a rellenar una ficha que implique un compromiso; por lo menos, me lo aseguran así mis amigos del Escultismo y de la Organización Juvenil Española, que, sin llegar a la condición de residuales ni mucho menos, cada día se encuentran con más casos de asistencias esporádicas a sus actividades.
 ¿Existe un desinterés por parte de padres y educadores? No es descartable, pero, incluso ante las posibles ofertas, los remilgos y excusas son abundantes; a título personal, puedo mencionar lo que fue mi última experiencia extraescolar: entre las actividades propuestas, mi Taller de Montañismo obtuvo una atención… de cuatro alumnos, mientras se llenaban materialmente los de zumba, macramé, guitarra y expresión corporal. Es decir, que eso de patearse el monte no atraía ni a niños ni a adultos responsables de ellos.
 Eso no quiere decir que no se hagan colonias o excursiones instructivas, pero siempre con ese aire de momentaneidad y fugacidad aludido, y entendidas como simples horas de vacación, nunca de formación deportiva, ética y humana; más bien se trata de la experiencia de estar unas horas en el campo, para enterarse, por ejemplo, de que las patatas no crecen en los supermercados.
 Es una verdadera lástima, pero uno no puede salvar al mundo de sí mismo. De momento, me contento con mis humildes actividades personales -acompañado, eso sí, de mi sufrida esposa- y de haber contagiado, en alguna medida, mi adicción montañera a mis hijos.