Mundos desconocidos
Carlota Sedeño Martínez. Cuando, en julio de 2009 se recordó que se cumplían 40 años de la llegada del hombre a la luna, leí en “La Vanguardia” unas reflexiones de Pilar Rahola que me sorprendieron gratamente y, por ello, las reproduzco. Refiriéndose al ser humano, dijo: “Puede navegar por las estrellas, o sondear el firmamento del genoma humano, de lo inmenso a lo inmensamente pequeño, pero sabe que todos los viajes le conducen, inexorablemente, al conocimiento de su enorme fragilidad. Louis Pasteur dijo: “Un poco de ciencia te aleja de Dios. Mucha ciencia te acerca a Dios.” ¿Será eso?.“ Probablemente, sí. Quizá no se conozca mucho lo que el científico que lideró el equipo descubridor del genoma humano, Francis Collins, dijo a propósito de este hallazgo: “Sentí que estaba percibiendo algo que ningún ser humano sabía antes pero que Dios sí sabía desde siempre.” El Dr. Collins fue ateo hasta los 27 años, cuando ejerciendo la medicina, quedó impresionado por la fortaleza que la fe daba a muchos de sus pacientes más críticos. Tenían terribles enfermedades y, en lugar de quejarse a Dios, se apoyaban firmemente en su fe. Él ha explicado que aquella experiencia fue “interesante, extraña e inquietante.”
Esa fortaleza de la fe es la que asiste a los cristianos actuales que viven en diferentes zonas del mundo. A mí me asombra que los medios de comunicación oculten, en su mayoría, hechos como los que trataré a continuación. En octubre de 2009 tuvo lugar un Sínodo que reunió a un buen número de obispos africanos en Roma. El arzobispo Mons. Rusengo, de la República Democrática del Congo, tuvo que abandonar el Sínodo y marchar rápidamente a su país ya que una parroquia acababa de ser incendiada, varios sacerdotes maltratados y, otros, secuestrados. La Iglesia ha quedado allí como el único apoyo, que se pretende reducir al silencio, de un pueblo aterrorizado, humillado, explotado y dominado. En el continente africano, los católicos se han triplicado en los últimos treinta años, pasando de los 55 millones de 1978 a los 164 millones de hoy. No está de más añadir que, en este mismo período de tiempo, han sido asesinados más de 520 misioneros. Todo esto indica la dificultad de la tarea evangelizadora en muchos casos y la fortaleza de la fe de muchos cristianos que viven allí.
En el Vía Crucis que presidió Benedicto XVl en abril de 2009, en Roma, se utilizaron los textos escritos por Mons. Menamparampil, arzobispo de Guwahati, en la India, país en el que los cristianos sufrieron una sangrienta persecución, meses antes, por parte de fundamentalistas hindúes. Este prelado decía: “¿Por qué florecen los cristianos en los lugares de persecución?” Y añadía algo aplicable a la sociedad del primer mundo: “Si una persona, que ha abandonado la fe, encuentra el auténtico rostro de Cristo, quedará conmocionada por lo que ve realmente y podría rendirse como Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Es un privilegio desvelar el rostro de Cristo a las personas. Es una alegría aún más grande descubrirlo o redescubrirlo.” Es importante saber que Mons. Menamparampil es conocido por su labor pacificadora en los conflictos étnicos así como por su defensa de los “dalits” (parias) cristianos que han sido objeto de duras persecuciones. Se les niega su dignidad humana y sus derechos.
En 2008, Benedicto XVl había elegido a otro prelado asiático, el cardenal Zen Ke-Kiun, obispo de Hong Kong, para los textos del Vía Crucis. A través de este prelado se pudo conocer mucho sobre los cristianos chinos. Él ha trabajado incesantemente por la unidad de la Iglesia China para superar las divisiones infligidas por el régimen comunista. Ha tratado de ampliar los espacios de libertad y se ha empeñado en un diálogo tenaz con las autoridades del Estado. Es sabido que China “alberga” en sus cárceles a muchos católicos por el sólo hecho de serlo. Algunos obispos están desaparecidos desde hace años y otros murieron en prisión y en campos de concentración. Hay supervivientes tras 20 o 30 años de prisión y tortura. El cardenal Zen Ke-Kiun ha sido testigo de grandes testimonios: personas que han salido, tras largos años de cárcel, donde han perdido su juventud, y que han mostrado una faz serena y alegre.
Por cierto, se tienen datos concretos de que el número de mártires, por la fe en Cristo, durante el siglo XX, es mayor que el de todos los siglos anteriores sumados juntos. ¿Verdad que es asombroso? Este siglo que acaba de pasar ostentaba el título de civilizado, toda una sociedad técnica y científica.. No, no hay que retroceder al tiempo de los antiguos romanos cuando se habla de mártires cristianos ya que han vivido y viven en nuestra época. Si ellos pudieran contemplar directamente a muchos cristianos de la sociedad del bienestar ¿cómo se quedarían? Creo que viene bien considerar estas palabras que Benedicto XVl dirigió a los jóvenes participantes en la Jornada Mundial de la Juventud en 2008, en Sydney (Australia): “Tenemos que permitir que el amor de Dios penetre en la dura costra de nuestra indiferencia, de nuestra aridez espiritual, de nuestro conformismo ciego con el espíritu de nuestro tiempo.”